tag:blogger.com,1999:blog-42813952380214246322024-03-13T07:19:53.262-03:00zoopsiaTengo un zoológico completo de animales<br>que pululan en el rabillo de mi ojoLauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.comBlogger36125tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-60607846430516025612012-02-29T18:59:00.000-03:002016-02-20T13:10:51.293-03:00Llegó Papá Noel: Un cuento de Navidad<br />
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Mejor que tengas cuidado,<br />
mejor que no llores,<br />
mejor no pucherées.<br />
Te digo porqué,<br />
Papá Noel está llegando a la ciudad”</i></div>
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<br /></div>
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
Francamente, nunca me gustó Papá Noel. La idea de un viejo sospechosamente alegre, vestido de rojo, que sabe con exactitud quién se porta bien y quién no, y que una vez al año irrumpe, sin ninguna clase de invitación, en todos los hogares del mundo habitados por niños, esa idea, me resultaba perturbadora y amenazante. Y para colmo de males, el hijo de puta se hacía llamar “Papá”.<br />
<br />
Siempre fui un poco paranoico, eso es cierto. No demasiado, pero lo suficiente como para jamás ser agarrado con la guardia baja. Por nada ni por nadie. “La paranoia es un nivel más fino de percibir la realidad” había leído alguna vez. Por eso, para mí, la paranoia es una herramienta de supervivencia que me permite vivir ligeramente menos preocupado. Y, durante mi infancia, Papá Noel, era la mayor de mis preocupaciones. Porque, además de toda la dimensión de vigilante constante e invasor de hogares, estaba aquel indudable asunto relacionado con la pedofilia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<br />
Durante los días previos a la navidad, en la tienda Harrods de la calle florida (un protoshopping del período cretáceo), los chicos podían hacer una cola infinita para tener el privilegio de sentarse sobre las piernas de un Papá Noel sudoroso y con aliento a peste bubónica, para susurrarle al oído todas aquellas cosas que querían recibir como regalo navideño. “¿Querés ir?” me preguntaba mi madre, quien todavía no había abandonado completamente las esperanzas de tener un hijo normal. “No, Ma. Mejor después le escribo una carta.” le contestaba yo, sin dejar de mirar de soslayo al viejo de rojo, el cual observaba libidinosamente, con los ojos entrecerrados y mordiéndose el labio inferior, al niñito que acaba de recitarle los cuatrocientos treinta regalos que quería recibir. En las contadas ocasiones en las que hacía contacto visual con el viejo, trataba con todas mis fuerzas de transmitirle telepáticamente el mensaje: “Mejor que tengas cuidado vos, hijo de puta. Más te vale”.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
Por eso, y solamente para contentar a mis padres, la única concesión que hacía cada navidad con el Imperio Polar de Papá Noel, era la de escribirle la famosa cartita y aceptar los regalos recibidos. La última parte parece una obviedad pero, teniendo en cuenta que en una navidad especialmente preocupante, había intentado prenderles fuego al autito Duravit y al Ping Pong aéreo que había recibido por no considerarlos “seguros”, jugar con aquellos regalos representaba todo un esfuerzo para mí. Nunca voy a olvidar la cara de espanto de mi madre, con los ojos llorosos y tapándose la boca con las dos manos, mientras mi padre me sacaba el fósforo de la mano, y yo le gritaba “Estos regalos no son seguros, pá, ¿no entendés? ¡No son seguros!”.<br />
<br />
Así transcurrieron aquellos años de tregua durante los cuales, mientras el viejo cumpliera con su parte del trato y no se metiera conmigo, yo no iba a meterme en sus oscuros asuntos. Pero un año, el viejo se equivocó muy mal.<br />
<br />
Por eso es que me encuentro esta noche buena del año de Nuestro Señor Elvis Presley dos mil once, sentado en una silla plegable en el patio de mi casa, sorbiendo una medida de vodka con tabasco, la quinta de la noche, porque necesito tener el sistema nervioso inmaculadamente cromado para la tarea que me espera. Camuflados en los pastizales lindantes con mi patio, un millón de grillos gritan desesperados, como si supieran lo que está a punto de pasar. Dicen que, varias horas antes de que se desate un terremoto, los animales de la zona afectada, escapan despavoridos porque perciben el desastre de un modo que nosotros, los humanos, no podemos. Así es que en este momento los pastizales son un hervidero de desesperación entomológica. Saben que están a punto de ser testigos de un suceso histórico más importante que la caída del Muro de Berlín. Más importante que la extinción de los dinosaurios, qué carajo. <br />
<br />
Mi reloj, obsesivamente sincronizado con El Reloj Atómico Mundial que marca la hora Real, dice que son las 23:54. Me paro frotándome las manos y digo en voz alta con un tono que me asusta a mí mismo y que calla durante unos segundos al coro de grillos, “¡Acción!”.<br />
<br />
Es increíble todo lo que se puede conseguir con dinero en este mundo. Dinero y conexiones, claro. Muchos analistas políticos de Washington consideran un verdadero milagro que todavía ninguna organización terrorista haya detonado una bomba atómica en suelo estadounidense porque, desde la caída de la Unión Soviética, conseguir y ensamblar las piezas de una bomba atómica, resulta más fácil y rápido que hacer los trámites para obtener la ciudadanía norteamericana.<br />
<br />
Yo tenía algunas conexiones (seres grises y de dudosa reputación que utilizaban sobretodo hasta en el más mercuriano de los veranos) y algo de dinero, que había comenzado a ahorrar religiosamente a partir de aquella navidad donde la tregua con el viejo había sido quebrantada unilateralmente. El resultado era ese bulto enorme y pesado, escondido bajo una lona gruesa y polvorienta de color verde militar. Retiro la lona con un movimiento rápido y elegante, como el de un mago que revela que la señorita a la que acaba de descuartizar, pasar por una máquina gigante de picar carne y transformar en doscientas hamburguesas humanas se encuentra sana y salva. La lona sacudida impregna el aire con un olor que me recuerda al encierro de carpa en los días lluviosos de campamento. Y ahí está, iluminada por la luz de la luna y por mi afán de justicia, mi adquisición más reciente.<br />
<br />
La guerra es la continuación de la política pero por otros medios, dijo un alemán con cara de asesino serial. Para mí, en cambio, la guerra se resume a una aritmética de inteligencias. Todo el proceso bélico podría explicarse de esta manera: El bando A tiene una inteligencia potencial directamente proporcional a la cantidad de individuos pertenecientes al mismo. Esa inteligencia potencial puede dar como resultado, luego de varios intercambios aritméticos, dinero, bombas, tanques, tropas de invasión, mano de obra, etc. Por ende, y a grandes rasgos, cuantos más individuos pertenezcan al bando A, mayor es su inteligencia potencial y, siguiendo el mismo razonamiento, mayor es su capacidad de conquistar/destruir al bando B.<br />
<br />
En resumen, una guerra es una lucha de inteligencias, en la cual un bando utiliza la suya propia para disminuir la de su rival. Así fue que a principios del siglo veinte, cuando las gelatinas opacas encerradas en los cráneos de corte a cepillo que tenían los estrategas militares del Bando A hicieron ¡pling!, se les ocurrió la brillante idea de utilizar aviones para arrojar explosivos sobre las cabezas del Bando B, y de ese modo, derramar sus gelatinas opacas sobre el pavimento de sus ciudades. Los estrategas militares del Bando B, preocupados por la alarmante pérdida de inteligencia potencial que representaba este nuevo modo de matar, diseñaron enormes reflectores para iluminar el cielo y así, tomar medidas que colaboren con el ahorro de gelatina derramada.<br />
<br />
Inteligencia potencial al servicio de la destrucción de la inteligencia potencial, que produce como consecuencia un novedoso invento para ahorrar inteligencia potencial. No hay nada más claro y aritméticamente concreto en este mundo que la guerra. Dos más dos es cuatro. Dos menos dos es muerte.<br />
<br />
Me da un escalofrío cuando le quito la lona de encima al reflector, rezago militar de la segunda guerra mundial y que, según me dijo entusiasmado al borde del éxtasis el ser enjuto que me lo vendió, iluminó los cielos londinenses durante aquellos tiempos. Pero el que me invade no es uno de esos escalofríos producto de la caminata de alguien sobre la tumba de uno en el futuro, sino un escalofrío esperanzador. Esto está pasando realmente. Años de planes, investigaciones, pruebas y simulacros llegaron a su fin.<br />
<br />
Verifico que el reflector esté apuntado en sus dos ejes de acuerdo a las muescas que hice en la estructura, miro mi reloj y cuento: cuatro, tres dos, uno y lo enciendo. Una espada de luz blanca como la venganza atraviesa el cielo navideño al mismo tiempo que la pirotecnia de los imbéciles pulveriza sus aguinaldos en el aire. Pobres tipos, gastaron miles de pesos en palitos voladores que hacen plum y yo, con mi santo reflector de la segunda guerra, soy la estrella de la noche. Pero ese no es el efecto que estoy esperando y al cual le dediqué varios años de mi vida. El efecto deseado de mi pequeña travesura navideña lo noto en el cielo, en el punto exacto donde debería ocurrir.<br />
<br />
Noche buena tras noche buena de los últimos treinta años había estudiado telescópicamente las rutas de vuelo del viejo. Jamás había entendido realmente cómo era posible que el hijo de puta se encontrara en varios puntos del cielo a la vez pero, al ojo del observador, solamente estuviera en un lugar: justo sobre su casa. Tiene que ver con el gato de Schroedinger o algo así; realmente no me importa un carajo. Lo que verdaderamente me importa es que, hasta ahora al menos, el plan está funcionando a la perfección.<br />
<br />
Recuerdo un viaje en auto durante la noche, a través de los oscuros y dificultosos caminos de tierra patagónicos, caminos que, si no se conocían del todo podían resultar fatales. Recuerdo estar sentado en el asiento delantero del acompañante, del copiloto como me gustaba decir, y ver a pocos metros más adelante una liebre patagónica que intentaba cruzar el camino pero que, aterrorizada por la luz de los faros del auto, se paralizaba justo en el medio, con los ojos de un verde “despidiéndose-de-la-vida”, para terminar atropellada. Yo escuchaba el clarísimo ruido de la máquina de picar carne que es la muerte, pero sin embargo preguntaba como un idiota (como un inocente), “¿qué pasó? ”. Mi padre, sin sacar la vista del camino me respondía con la entonación de quien le enseña una oración religiosa a un chico “Y, no se puede parar. Si freno volcamos y nos matamos todos”. Yo completaba la ecuación en mi cabeza y sacaba como conclusión que las vidas de tres personas eran más valiosas que la de una liebre patagónica que, aunque hubiera sobrevivido al choque cultural con la tecnología humana, probablemente habría sido cazada al día siguiente y transformada en un par de frascos de carne en escabeche. Mi padre, mirándome de reojo mientras yo hacía cuentas, sonreía satisfecho. Pensaba que la lección había sido aprendida. Pero lo que no sabía era que esa noche yo no iba a dormir. Ni quince minutos. El primer encuentro de un chico con la matemática le produce, como mínimo, insomnio. A veces ese efecto secundario dura toda la vida.<br />
<br />
El rayo de luz, que era como la bati-señal pero sin el murciélago, dio en el blanco de una manera tan precisa que me hizo dudar un momento. Pero las dudas fueron acalladas inmediatamente después de ver frente al rayo una nueva constelación en el cielo. Una constelación formada por nueve pares de luminosos ojos de reno, detenidos instantáneamente (como liebres patagónicas) en el aire. Como la inercia es una terca hija de puta a la que ni Papá Noel puede escapar, el cuerpo del viejo quiere seguir viajando en la misma dirección que cuando era impulsado por los renos y sale disparado desde su trineo hacia adelante, cayendo justo en la enorme equis que había pintado en el césped de mi patio con pintura en aerosol. Color blanco. Blanco venganza, claro.<br />
<br />
Me acerco al viejo caído tarareando un villancico y noto que, a pesar de estar muy confundido y despeinado, no tiene un solo hueso roto. Cayó desde algo así como cincuenta metros de altura, con una fuerza que destrozaría inmediatamente a cualquier persona y el hijo de puta no tiene ni un raspón. Porque claro, no es una persona. Es Papá Noel.<br />
<br />
- ¿Wo bin ich? – dice el viejo con la voz temblorosa - ¿Где я? – insiste.<br />
- No te entiendo un carajo pelotudo, estás en Argentina. – le respondo yo mirándolo desde arriba.<br />
- ¡Ah! ¡Argentina! Jo jo jo… La caída me dejó medio confundido… - me dice con una voz de abuelo bueno y vulnerable que es menos creíble que el “te quiero” de una mujer robot. – Y vos debés ser, dejame ver… - dice, e inmediatamente comienza a husmear en mi dirección como un perro - ¡Laurito! ¡Sos Laurito! ¡Feliz navidad Laurito!– dice el viejo y juro que, a pesar de ser un hombre grande sin sentimientos (me los extirparon junto con el alma en una intervención quirúrgica llamada “animotomía”), cuando escucho salir de su boca mi nombre en diminutivo, algo dentro mío se tuerce y sangra un poco.<br />
<br />
- Laurito un carajo, soy un adulto y tengo los huevos bien grandes y peludos. Así que te acordás de mí, ¿no? – le digo lleno de odio pero tratando de sonar tranquilo.<br />
- ¡Jo jo jo, yo me acuerdo de cada uno de ustedes siempre! Ayudame a pararme Laurito…– dice mientras sigue haciéndose el bueno.<br />
- No va a pasar – le digo, y agrego con una voz que, si tuviera plantas en el patio, las secaría inmediatamente– y si me llamás Laurito de nuevo te mato. Te preguntarás porqué te bajé del trineo, y yo te lo voy a responder. ¿Te acordás de lo que te pedí en la navidad de mil nueve ochenta?<br />
- Mil nueve ochenta, dejame ver… - dice, y mientras lo piensa, o lo que sea que esté haciendo, se le ponen los ojos en blanco por un par de segundos. - ¡Claro que me acuerdo! ¡A Papá Noel nunca se le olvidan esas cosas! Me pediste un Kit del Pequeño Doctor ®.<br />
- Exactamente. Te pedí un Kit del Pequeño Doctor ®. Y vos me trajiste…<br />
Me mira con una media sonrisa de vergüenza y me dice:<br />
- Jo… Un playmobil recolector de residuos…<br />
- Un Playmobil recolector de residuos. La verdad que para ser un viejo choto con miles de años encima tenés una memoria prodigiosa. Hasta parecería que no fueras humano… ¿Tenés idea de lo importante que era para mí justo esa navidad recibir un Kit del Pequeño Doctor ®? ¿Tenés alguna idea?<br />
- ¡Jo jo jo! Es que fue un año difícil ese, lo que pasa es que…<br />
- Lo que pasa las pelotas – lo interrumpo y ahí sí, se me filtra todo el odio a la voz – Sos Papá Noel, y de acuerdo a la investigación que hice tenés recursos infinitos. No me vengas a joder con que fue un año difícil. Quiero la verdad, viejo de mierda. – le grito mientras le pateo tierra a la cara. Y ahí sí. Ahí lo hago enojar y se terminan los jo jo jós.<br />
- Pendejo y la puta madre, ¡caprichoso como todos los mocosos de mierda! – dice mientras trata de sacarse una tonelada de tierra de los ojos - ¿Querés la verdad? Yo te voy a contar la verdad. Cada tanto a los pibes hay que frustrarlos, ¿entendés? Para enseñarles lo que es este mundo. Yo les regalo todos los años lo que me piden, pero justo en esa navidad de sus vidas en la que realmente necesitan con toda el alma un regalo especial, yo les llevo una cagada. Un Playmobil recolector de residuos… Y así, les enseño a bajar el copete desde chiquitos y a aceptar limosnas de la vida. Cuando crecen son tipos obedientes y mediocres. Y con ellos, el mundo sigue funcionando como corresponde.<br />
<br />
Cuando termina con su soliloquio acerca del “verdadero significado de la navidad” y logra calmarse un poco, vuelve con la pantomima de viejo bueno y me dice:<br />
- Ahora Laurito, creo que en mi trineo debo tener algo muy especial para vos. ¿Qué te gustaría para esta navidad? Sí, ya sé que sos grande, pero esta noche estoy especialmente generoso y con vos puedo hacer una excepción – me dice guiñando un ojo de una manera tan perfectamente hábil que le daría envidia hasta al mejor de los estafadores. - ¿Qué te gustaría, Laurito? ¿Un millón de dólares? ¿El amor de una mujer? Por lo que me decís me investigaste mucho y sabés que puedo regalarte lo que vos quieras…<br />
<br />
Voy a confesar que el viejo con su oferta me la hace difícil. Porque, el amor de una mujer, no gracias; ya lo tuve, me mordió y tuve que sacrificarlo. Aunque por otro lado, un millón de dólares… Un millón de dólares compra mucho vodka. Pero inmediatamente me acuerdo de la tristeza y la frustración de aquella navidad de mil nueve ochenta. Todos sentados a la mesa con la abuela, que gracias a una decisión de mi padre que hasta el día de hoy no entiendo, era la única de todos los comensales que no sabía que se estaba muriendo. Hasta yo, con mis ocho años, sabía que esa era la última navidad con la abuela. Por eso quería, necesitaba ese puto Kit del Pequeño Doctor ®. Porque una parte mía, ese apéndice de esperanza ciega que tienen todos los chicos pero terminan perdiendo, creía que con ese juguete de mierda la iba a poder curar.<br />
<br />
Así que respiro hondo, saco el revólver calibre 357 que tengo oculto en la cintura, le apunto al viejo a la cabeza y le digo:<br />
- Te dije lo que te iba a pasar si me volvías a llamar Laurito. Aunque, en realidad, no te puedo mentir… Te iba a matar de todos modos.<br />
<br />
El viejo mira el arma con una ligera sorpresa que lentamente se va transformando en ataque de risa y ahí es cuando veo por primera vez su cara verdadera. Las orejas puntiagudas, la piel escamosa y grisácea, los dientes afilados como agujas de marfil y los ojos… Dos pozos ciegos que muy en el fondo tienen dos pequeñas llamitas de fuego azul. Cuando logra contener un poco el ataque de risa que lo hace temblar como a una montaña de cadáveres, me dice con una voz tan antigua que fue escuchada por los primeros niños de la humanidad, envueltos en pieles de animal y reunidos con sus familias alrededor de hogueras en cavernas milenarias.<br />
- ¿De verdad creés que podés matarme con una bala? ¿A MÍ?<br />
<br />
Y esas dos últimas sílabas están cargadas de algo tan físicamente maligno, tan vibratoriamente ponzoñoso, que me resuenan en los huesos internos del cráneo y me provocan un sangrado nasal espontáneo. Me agarro la nariz y logro evitar el impulso instintivo de salir corriendo como un loco, porque sé que, si con dos sílabas me hizo esto, con una frase entera me hace estallar como a una piñata llena de sangre. Pero ya no hay tiempo para correr porque ahora, aunque estoy a punto de mearme en los pantalones del miedo, es el momento del truco final. Por eso le digo al monstruo milenario que tengo enfrente:<br />
- Con una bala no. Con una bala <i>de plata</i>.<br />
<br />
Durante mi investigación acerca de “Papá Noel” aprendí, de un libro que se creía perdido, cosas muy interesantes con respecto a la plata. De acuerdo al texto original “…el efecto, producto de la combinación entre su configuración electrónica, su masa atómica y su particular radio iónico, interrumpe la conexión de la bestia con el plano místico que le otorga su poder…”. En criollo: si querés matar a una bestia mitológica, usá plata.<br />
<br />
Cuando el viejo escucha esas dos últimas sílabas mágicas que tengo para él, la sonrisa enorme y filosa se le transforma en una mueca de incredulidad y los ojos se le desorbitan de confusión. Y ése es mi regalo de navidad; haber provocado con unas simples palabras el miedo de un dios.<br />
<br />
Disparo y el retroceso del cañón de mano que porto casi me disloca el hombro, y en cuanto le pego el tiro, el viejo estalla como una piñata llena de cenizas blancas. Los copos caen como en cámara lenta al suelo del patio y por primera vez en la historia tenemos en Capital Federal algo parecido a una "blanca navidad". Dejo caer el arma al suelo y me voy a domir. Ocho horas seguidas sin despertarme. Por primera vez en más de treinta años.<br />
<br />
Al día siguiente me lavo la cara, me miro al espejo del botiquín y noto un pelo blanco en mi bigote. Inmediatamente pienso en la existencia de alguna clase de maldición en la cual, a aquel que mata a Papá Noel le crece una larga barba blanca y es condenado a hacer su trabajo por toda la eternidad. Pero no es eso. Es que estoy por cumplir cuarenta años. Un bajón.<i> </i></div>
Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-44869727504549595112012-02-17T18:36:00.002-03:002012-03-09T17:52:46.602-03:00Las Aventuras 90% Reales de Lauro. Hoy Presentamos: El Horror en el CineHace un tiempo fui a un cine que forma parte de una especie de complejo futurista (en el sentido más nazi de la palabra), que la humanidad construyó en Recoleta. Elegí ese barrio porque, en aquellos días en los que necesito dejar de pensar en mis asuntos, me gusta practicar la astronáutica social y ver cómo es la vida en otros planetas. Fui a ver una película italiana muy interesante llamada Habemus Papam, la cual cuenta la historia de un señor mayor vestido de señora que es elegido “Sumo Pontífice” por otros señores mayores vestidos de señoras, y que en el momento de dar su discurso apoteótico, decide escapar a la ciudad y participar de orgías con animales de la sabana africana.<br /><br />En cuanto entré a la sala pude notar que se encontraba completamente llena, y para mí, cuyo sueño en esta vida es ir al cine y ser el único espectador de la función (no me gustan los desconocidos), fue como recibir una patada en los testículos. Pero la sala llena no fue lo más perturbador, sino que además pude contemplar con horror que todas las butacas (menos la mía) estaban ocupadas por la membresía completa de la Liga de Damas Ultrareligiosas, Derechistas y de Vagina Clausurada (L.D.U.D.V.C.). Haciendo uso de mi entrenamiento ninja intenté el truco de la invisibilidad mientras me dirigía a mi butaca, pero fue en vano. No podía concentrarme porque, por alguna razón, las señoras de la L.D.U.D.V.C. me miraban fijo, algunas con desdén, otras con consternación y muchas de ellas con el odio más esencial.<br /><br />Soy un tipo bastante sobrio en cuanto a mi apariencia, quiero decir, no me visto de hippie, ni llevo puesta la boina del Che, y toda la monstruosidad de la que soy capaz está impecablemente oculta detrás de una perfecta fachada de normalidad. Por eso es que no podía entender qué era lo que les llamaba tanto la atención de mi persona, salvo el hecho de tener pene y ellas no, aunque francamente dudaba que las señoras tuvieran conocimiento de la existencia del miembro viril.<br /><br />Logré sentarme en mi butaca sin tirarme al suelo en posición fetal a llorar como un bebé (no hay nada más pesado que la mirada de odio de una vieja que se cosió a sí misma la vagina como parte de un oscuro ritual religioso). Faltaban diez minutos para que apaguen las luces de una puta vez y se termine mi tortura, pero en esas condiciones diez minutos equivalen a un milenio. La arpía que estaba sentada a mi derecha comenzó a escanearme la remera con los ojos desorbitados de furia e incredulidad y, una vez que obtuvo suficientes datos, se puso a cuchichearle al oído a su compañera, haciendo con su boca un sonido similar al que hace el ajo siendo machacado en un mortero. Me miré la remera sospechando alguna mancha de vómito propio o sangre ajena y ahí entendí.<br /><br />Tengo una remera de la Universidad de Miskatonic que diseñé yo mismo y mandé a imprimir. Para aquellos que no saben de qué se trata, estamos hablando de parafernalia lovecraftiana del índole más geek. No es precisamente una remera satánica, salvo por el detalle de un pentagrama sumamente pagano, con un ojo bastante diabólico en el medio. Pero nada más que eso.<br /><br />Esa tarde yo tenía puesta esa remera.<br /><br />La oscuridad del cine arrojó un manto de piedad sobre la situación por demás incómoda. La película logró captar la atención de las sacerdotisas maquiavélicas, aunque en las escenas en las que, por ejemplo, el protagonista intentaba montarse analmente a una hembra de cocodrilo, se miraban unas a otras, despistadas como niñas de cinco años.<br /><br />En cuanto terminó la escena final, en la que el protagonista se rocía con kerosén, se prende fuego y se dispara desde una catapulta medieval al grito de “¡Deus ex machina, hijos de puta!” (escena muy bien lograda a nivel de efectos especiales), me paré raudo, hice estallar una de mis bombas ninja de humo contra el piso y escapé por los ductos.<br /><br />A veces dudo mucho con respecto a qué ropa ponerme para determinadas situaciones. Una camisa ¿estará bien como para un cumpleaños? Un jean, ¿será demasiado informal como para un asesinato en serie? Pero lo que menos iba a imaginarme fue que una tarde de cine, mi remera favorita me iba a poner tan cerca de la hoguera que pude sentir el calor de las llamas en mi cara.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-89770268742393326252012-02-14T20:11:00.001-03:002012-03-09T18:05:27.070-03:00Fantasma<!--[if gte mso 9]><xml> <o:officedocumentsettings> <o:relyonvml/> <o:allowpng/> </o:OfficeDocumentSettings> </xml><![endif][if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:trackmoves/> <w:trackformatting/> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:donotpromoteqf/> <w:lidthemeother>ES-AR</w:LidThemeOther> <w:lidthemeasian>X-NONE</w:LidThemeAsian> 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style="font-size:10.0pt;font-family:"Arial","sans-serif";color:black">Es la sublimación ectoplásmica de la frase “vos vivís y yo no”.</span><br /><span style="font-size:10.0pt;font-family:"Arial","sans-serif";color:black">Y cuando te toca con su mano desabrigada, nunca te está acariciando.</span><br /><span style="font-size:10.0pt;font-family:"Arial","sans-serif";color:black">Está tratando de recordar quién es el vivo y quién es el muerto.</span></p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-34235438296541849342012-02-01T13:55:00.002-03:002012-03-09T18:09:04.305-03:00La Alarmante Verdad Oculta Detrás de la Tecnología No-FrostLa tecnología no-frost es aquella que impide la acumulación de escarcha dentro de un freezer. Cualquier dueño de una heladera con estas características podrá comprobar que la escasa escarcha que llega a formarse en el piso y las paredes del cubículo, desaparece misteriosamente en minutos. Intrigado acerca del destino de toda esa humedad, ya que de acuerdo a Lavoisier la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma, decidí llevar a cabo una pequeña investigación. Observaciones exhaustivas, análisis espectrográficos y un par de cámaras de video estratégicamente colocadas dentro de mi heladera, arrojaron perturbadores resultados:<br /><br />Mediante un sistema de ventilación colocado dentro del freezer, el cual puede observarse en la pared trasera del mismo, la escarcha es evaporada y, a través de unos conductos, nuevamente transformada a su estado líquido. El agua destilada, producto de este primer proceso, cae por acción de la gravedad a la parte inferior del aparato y llega hasta la misteriosa “Unidad G” de la heladera.<br /><br />La Unidad G, a simple vista una caja metálica de veinte centímetros de lado y con rendijas en las paredes laterales es, ni más ni menos, un cubículo habitado por grillos. El agua obtenida en el proceso anteriormente mencionado se acumula en un reservorio que funciona como bebedero para estos insectos, los cuales la consumen sin dejar rastro de ella. En ausencia de otro alimento, los grillos recurren al canibalismo; los especímenes más fuertes se comen a los más débiles. Y es este el aspecto más alarmante de todo el asunto, el cual los fabricantes de heladeras tratan de ocultar mediante una conspiración a escala global: dentro de la unidad G los grillos sobrevivientes se reproducen entre ellos, engendrando generaciones cada vez más poderosas.<br /><br />De acuerdo a mis cálculos, es inevitable que de aquí a quince años, en alguna de todas las heladeras no-frost del mundo, el producto de esta selección natural desenfrenada sea un individuo perfecto de la especie. Un grillo ideal con capacidades extraordinarias, que escapará de la Unidad G y extinguirá a la raza humana, lo cual lógicamente detendrá la producción de heladeras y, por ende, liberará a todos los grillos del yugo de la esclavitud no-frost.<br /><br />Para los grillos este individuo será considerado un mesías. Para la humanidad será el anti-cristo. Para el universo será, sencillamente, un grillo grande.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-47178733738052239262012-01-21T11:25:00.001-03:002012-03-09T18:17:41.513-03:00El Mundo Más Fácil del Mundo¿Quién dijo que el mundo de hoy es difícil? Es facilísimo.<br /><br />¿Nos sabés qué comer? Encendé la tele. Hay un comercial de McDonald’s donde las hamburguesas se desnudan para vos y te susurran al oído “comeme, te juro que voy a llenar ese vacío interior que te viene matando hace años”.<br /><br />¿No sabés qué ponerte? Encendé la tele. Hay varios programas que te dicen que si usás esa camisa jamás vas a tener sexo en tu vida. Y ese pantalón… Si lo seguís usando nunca vas a ser amado por nadie. Ni por tus propios hijos.<br /><br />¿No sabés a quién votar? Encendé la tele. Una multitud de hombres sonrientes, pero de gestos y voces que denotan una gran decisión y una fuerza de voluntad férrea, te están diciendo en clave morse “votame, quiero y puedo ser tu padre”.<br /><br />¿No sabés qué tipo de mujer debería parecerte linda? Encendé la tele. Hay un desfile de plástico ambulante y sonrisas de poliéster. Todas ellas clones de clones de clones. Fotocopias de fotocopias de fotocopias. Y si sos mujer y no te ves parecida a ellas, también es fácil. Podés someter tu cuerpo a mil y un cortes de precisión, o rellenarte el pecho con dos bolsas de plástico, o inyectarte botulismo en la cara. O también podés vomitar hasta morirte.<br /><br />¿No sabés qué sentir? Encendé la tele. No es bueno que los sentimientos no tengan guía y control. Es muy peligroso. Y ¿quién mejor que la tele como brújula de nuestro corazón? Hay un montón de publicidades que te van a hacer reír, llorar, cantar, comprar, comprar y comprar.<br /><br />Es un mundo facilísimo. No debería ser difícil para nadie. Desde que nacemos nos hipnotizan para que sintamos y hagamos exactamente lo que ellos quieren, porque es lo mejor para nosotros. Y si te genera ruido la idea de ser violado mentalmente por el discurso de los que saben mejor que vos lo que necesitás, también es fácil. Hay un montón de pastillas que te van a hacer sentir más predispuesto a sonreír y obedecer. Es por tu bien. Hasta hay pastillitas para los chicos ahora! Es una belleza este mundo.<br /><br />Vivir dormido es maravilloso. La hipnosis es seguridad. Porque sino ¿cuál es la alternativa?<br /><br /><br />Apaga la tele. Abrí los ojos. Agarrate.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-33449301213868928612012-01-17T21:02:00.001-03:002012-03-09T18:05:27.045-03:00MorseEn su lecho de muerte pregonaba apocalípsis.<br />No con su boca sino con el código morse de su parpadeo.<br />Multitudes melancólicas lo rodeaban en su agonía final<br />decodificando fechas, maremotos y cometas.<br />Algunos anotaban, otros sollozaban en silencio.<br />Madres se aferraban frenéticas a sus hijos,<br />casi asfixiándolos en herméticos abrazos pre-mortem.<br />Amantes se separaban para siempre<br />pues el amor perdía sentido sin el espejismo del tiempo.<br />Y él, que toda su vida había estado solo,<br />cosechó como corte fúnebre a una masa lamentosa<br />gracias a las mentiras de sus ojos moribundos.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-39293796468332065562012-01-05T15:05:00.002-03:002012-03-09T18:05:27.051-03:00Hombre FénixHe aquí el ave Fénix:<br />He aquí el huevo:<br />He aquí el arquetipo:<br />He aquí el hombre Fénix.<br />El que sobrevive entre todo lo que muere<br />pero muere entre todo lo que vive.<br />Utópico, distópico,<br />entrópico, necrotrópico.<br />Cómo un iceberg en el trópico.<br />Asoma la cabeza esperando ver<br />la polvareda que dejan los jinetes<br />al irse.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-53274908721117676622012-01-05T15:05:00.001-03:002012-03-09T18:05:27.059-03:00CárcelEn esta cárcel todos los prisioneros ya están muertos.<br />
Sin embargo el guardia jamás se va a su casa.<br />
No cree que en la muerte haya libertad alguna.<br />
Por eso se queda imperturbable, prisionero de un nudo gordiano<br />
“que solamente el filo de su alma saliendo de su cuerpo podría cortar”.<br />
Eso dicen los poetas, porque él no cree.<br />
Así espera a la muerte: sentado, vigilante e incrédulo.<br />
No la espera para ser libre, porque él no cree.<br />
La espera para saber si desperdició su vida o no.<br />
<br />
Nudo que te anuda. Mudo por un nudo.<br />
Mudo, pues la muerte<br />
nos ve a todos desnudos.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-90303158146734658872012-01-05T15:04:00.001-03:002012-03-09T18:05:27.079-03:00LaberintoEntrá a mi laberinto de sangre y hueso.<br />En el centro se oculta, bruto y bufante, el hijo de un tótem demolido.<br />Lo alimento diariamente con pequeños sacrificios de carne simbólica, y trato de no acercarme demasiado.<br />Trato.<br />Porque le tengo más miedo que a la muerte.<br />Entrá a mi laberinto de hueso y sangre.<br />Porque si no sos vos, con tu pelo de gloria y en tus manos un puñado de semillas, nadie más podría encontrarme.<br />Ahí, en el centro.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-82552734831663723192011-02-21T19:41:00.006-03:002012-03-09T18:11:51.827-03:00USB: Un Canto a la Hipocondría<p><strong>I</strong></p><p> Me despierto con una resaca post-nuclear y, como ocurre religiosamente en todas mis post-borracheras, la sensación tenebrosa de haber hecho algo terrible durante la fiesta. Mis pensamientos están cuidadosamente mezclados como naipes por las manos prestidigitadoras de la esquizofrenia bioquímica, producida por los excesos de la noche anterior, pero hay algo más; Una corriente estática congestiona mi sistema nervioso y donde debería haber recuerdos de dicha noche hay ruido blanco. Es como intentar sintonizar algún canal de televisión terrestre desde Marte. Y utilizando como antena una aguja de tejer clavada en una papa.</p><p> “Estoy incubando algún virus de los nuevos”, pienso para mis adentros. Pero a un nivel de pensamiento en segundo plano sé muy bien que “esto no es normal”. Respiro hondo, primero por la boca, luego por la nariz. No hay congestión. Me miro los ojos en la pantalla apagada de mi teléfono celular, no hay tiempo ni energías para algo mejor, ya que la ansiedad y el malestar hacen que considere el viaje hasta el espejo del botiquín una tarea olímpica. A pesar de la escasa efectividad diagnóstica del sistema que utilizo para evaluar mi reflejo, puedo notar algo perturbadoramente diferente.</p><p> Voy, prácticamente de un salto cuántico, hasta el baño y contemplo con una mezcla de diversión perversa y preocupación terminal que lo que debería ser blanco en mis globos oculares (o al menos rosado, dada la resaca) es ahora de un tono grisáceo. Recuerdo en un instante mi breve incursión en la carrera de diseño gráfico, como quien ve pasar toda su vida delante de sus ojos antes de morir porque, vamos, alguien que tiene el blanco de los ojos en semejantes condiciones cromáticas no puede estar muy lejos del arpa. En dibujo habíamos estudiado los arbitrarios nueve pasos grises que hay desde el blanco hasta el negro; mis ojos ahora eran de un gris uno.</p><p> Evalúo la posibilidad de algún efecto distorsivo en la percepción, provocado por la farmacia ambulante que recorre mi torrente sanguíneo desde anoche, y decido que un par de horas más de sueño lo van a solucionar todo mágicamente. Mi falso optimismo se había divorciado de mi razón luego de una encarnizada batalla legal que había comenzado a mis diecisiete años, cuando decodifiqué, en el cadáver de mi tío mientras era velado, el mensaje oculto de la vida: el mundo es un lugar oscuro y peligroso, y mediante diversas pero igualmente efectivas técnicas se las arregla para deshacerse de la humanidad, de a un ejemplar a la vez; a veces de a varios. Mi tío había muerto de un extraño virus que contrajo en un viaje a Manila. Ninguno de los síntomas del virus incluía un viraje al gris en el blanco de los ojos.</p><p><strong><br />II</strong></p><p>Me recuesto y me duermo instantáneamente. Sueño durante varios minutos con un cursor verde que parpadea sobre un telón de fondo del más absoluto negro azabache.</p><p>Me despierto exactamente dos horas después de haberme acostado. Evidentemente, lo que sea que esté incubando no descalibra mi reloj biológico sino que hasta lo vuelve más preciso. Voy al baño y, antes de volver a mirarme los ojos al espejo mi vejiga me sugiere, más bien me amenaza a punta de pistola (…) que primero la descargue. A pesar de ser religiosamente ateo agradezco a los dioses, semi-dioses y meros oficinistas burocráticos de diversos panteones por el color de mi orina: “amarillo-sanitario” en lugar del tan temido “rojo-muerte-pronta”. No aprendí ninguno de esos colores en la facultad. Una vez más pienso a un nivel de segundo plano acerca de la estupidez que representa el hecho de sentir tranquilidad por orinar normalmente. Podría estar muriéndome de un millón de enfermedades, y sin embargo orinar inmaculadamente hasta mi último respiro.</p><p> Pero la capacidad de mi pseudo optimismo a las puertas del infierno no conoce límites. Por esto es que con lo primero que choco frontalmente cuando vuelvo a enfrentar el espejo en un segundo round contra mi propia locura es una media sonrisa cargada de una estupidez encantadoramente infantil, la cual prácticamente al instante se transforma en una mueca del más sincero espanto: mis ojos de mierda siguen grises.</p><p><strong><br />III</strong></p><p>Hay momentos de absoluta desesperación en los que uno parece adquirir espontáneamente un título universitario. Determinados problemas legales lo vuelven a uno abogado al instante, llegando a conclusiones rotundas e inclusive tomando decisiones como el más curtido veterano de la ley. Por esto es que en una breve pero solemne ceremonia de 10 milisegundos de duración, me recibo de médico e inmediatamente supongo, en mi infinito saber galeno, que el siguiente terreno de observación para profundizar en mi diagnóstico deberá ser la boca.</p><p> Prácticamente dislocando la mandíbula como algunas serpientes mortíferas a la hora de alimentarse, abro la boca con el terror de quien abre un féretro recientemente exhumado. A simple vista no veo ninguna anomalía. “Buena señal” piensa el flamante médico recién salido de la universidad. Muevo la lengua arriba, abajo, a la izquierda y a la derecha, y me percato de estar haciendo una versión obscena de la señal de la cruz justo un instante antes de encontrarme con el horror: En circunstancias diferentes una simple llaga en la lengua no hubiera llamado mi atención pero estamos en las pascuas de la hipocondría, y la más mínima diferencia histológica tiene la importancia y el valor de un huevo Fabergé.</p><p> Puedo ver en el espejo cómo se me desorbitan los ojos de miedo, los cuales, a propósito, siguen igual de grises que en mi último autotest, lo que me provoca un ataque de risa histérica. “El humorismo es el penúltimo paso antes de la desesperación” había escrito alguien, y evidentemente a alguna parte dislocada de mi cerebro toda la situación le resultaba extremadamente graciosa, pues no podía parar de reírme como un maníaco. Pero como esta clase de recursos desesperados nunca dura lo suficiente como para que uno, por ejemplo, se desmaye, desconectándose por un rato de toda la situación, la risa demencial da paso al más profundo de los llantos pediátricos. Y mi núcleo irreductible de racionalismo que, por alguna terrible razón, no se apaga ni siquiera en las circunstancias más caóticas, se da la mano con mi pseudo optimismo oligofrénico, ambos asienten en silencio y envían al resto del cerebro el memo que dice: “Seguí llorando, probablemente las lágrimas hagan que tus ojos vuelvan a ser blancos”. “Ok, mensaje recibido”, digo para mis adentros, evaluando la posibilidad de haberme vuelto loco completamente, porque convengamos que nadie en su sano juicio dialoga con partes fragmentarias de su mente como si se tratara de empleados de una empresa.</p><p> Recito un recientemente adquirido psicomantra: “Si me parece una locura es porque no estoy loco”, lo que me deja bastante más tranquilo con respecto a mi salud mental, pero no en cuanto a mi salud física, porque el detalle que me transforma en una imagen bochornosa en calzoncillos, que llora y tiembla acurrucada en un rincón del baño, es que la llaga en la lengua también es gris. Gris dos.</p><p><strong><br />IV</strong></p><p>Luego de aproximadamente quince minutos de llanto y babeo teatral (es difícil saber cuánto pasa exactamente, ya que el tiempo parece volar cuando uno la está pasando bien) me paro en un intento de reestructurarme, al menos como una criatura bípeda, y vuelvo a enfrentarme al espejo en combate singular.</p><p> Tengo los ojos y la boca clausurados de miedo hasta que logro acumular el valor suficiente como para abrirlos, los tres agujeros al mismo tiempo. Qué bueno que Dios no existe, de otra manera se divertiría a lo grande viéndome ahí parado, firme como un soldado de plomo, la cara congestionada por el llanto, abriendo con terror ojos y boca, y tratando de ahogar un gemido que, seguramente, le recordaría a aquellos sonidos agudos tan divertidos que hacía Curly, el gordito de los Tres Chiflados. Le resultaría más divertido que ver a la esposa de Lot transformarse en estatua de sal, o al pobre de Job a punto de coser a cuchilladas a su propio hijo. Sí, el Dios del antiguo testamento era un tipo que sabía divertirse haciendo bromas de lo más pesadas, pero afortunadamente no existe, de otra manera yo me sentiría, además de paranoico, aterrado y triste, bíblicamente avergonzado.</p><p> Lo que veo frente al espejo ya no me sorprende en lo más mínimo. Observo despechado que el blanco de mis ojos es ahora de un elegante color producto de la mezcla entre el “rosa-llanto” y el “gris-seguro-que-estoy-por-morirme”, y la llaga en la lengua, bueno, igualita, igualita, igualita.</p><p> No tengo demasiadas opciones; puedo seguir desesperándome al borde de la muerte un par de horas más para comprobar nuevamente que los colores de mi angustia son los mismos; puedo ir corriendo en calzoncillos a la sala de guardia más cercana, cosa que no sería nada fácil ya que los domingos la salud pública y gratuita de la que soy víctima parece transcurrir como en una realidad que en lugar de aire tiene miel, o alguna otra substancia igual de viscosa. Conozco las guardias de memoria, las visito frecuentemente (aunque nunca por causas grises); o puedo optar por una solución intermedia.</p><p> Mi novia, o como quiera que se llame esa desconocida con la que miro películas, ceno en absoluto silencio y, cuando los planetas se alinean, tengo sexo, es estudiante avanzada de medicina. Aunque, debo reconocer, a veces pienso que sus supuestos estudios forman parte de una gran mentira que a ella le permite manejarse con dudosa libertad dentro de las fronteras de nuestra relación. Aquellas noches en la cama con ella, en las que me le acerco torpemente, como un depredador que, habiendo perdido sus armas naturales en alguno de esos accidentes zoológicos que los humanos vemos por televisión divertidos, acecha a su presa sabiendo con cada célula de su cuerpo que va a perder, aquellas noches ella puede decirme con absoluta tranquilidad y sin culpa “hoy no gordo, mañana tengo que estudiar un montón”. Yo agradezco secretamente su negativa, le beso la frente y me doy media vuelta en la cama para entregarme al sueño de los fracasados hasta la mañana siguiente, en la que siempre soy yo el que se despierta antes, y la observa dormir, a esa desconocida con la que comparto momentos de patetismo de los cuales ya ni siquiera puedo avergonzarme.</p><p> Debería dejarla y ponerle fin a esta relación en agonía. Después de todo, a un caballo con la pata rota se le pega un tiro en la cabeza, y nuestro noviazgo tiene las cuatro patas rotas, fractura expuesta de cráneo y una falta total de columna vertebral. Debería dejarla, pero hoy no va a ser el día. Hoy la necesito, y comprendo en carne propia la frase del bardo ciego: “No es el amor lo que nos une sino el espanto”.</p><p><strong><br />V</strong></p><p> Mientras la llamo a su celular me seco el resto de las lágrimas y me peino como un idiota, como si esos gestos pudieran falsificarle a mi voz algo de dignidad. Pocas frases en este mundo me producen el efecto de lo que escucho a continuación. “Hicimos lo que pudimos pero falleció”, “Encontramos algo en sus estudios que quisiéramos ver con más detalle” e incluso “Hoy a las trece horas, la Unión Soviética acaba de declararle la guerra a los Estados Unidos, los misiles nucleares ya se encuentran en el aire. Besen a sus hijos y hagan las paces con sus dioses. Buenas tardes y buena suerte”. Ninguna de esas frases es comparable en cuanto a devastación de la moral, como el sonido ruin y cruel que sale del parlante de mi teléfono: “El número con el que está intentando comunicarse se encuentra apagado o fuera del área de cobertura.”</p><p> Escucho los cascos del corcel negro que trae a cuestas un ataque cardíaco y respiro hondo tres veces en un ritual de expulsión. El infarto se aleja cabizbajo. Llamo a mi novia al teléfono de línea de su casa, decidido a suicidarme o peor aún, a recurrir a una sala de guardia si esta vez tampoco puedo comunicarme.</p><p> - Hola… - me dice una voz cuyo desgano y apatía me confirman inmediatamente que se trata de mi novia.<br /><br /> - ¿Marcela? Soy yo. Te estoy tratando de llamar a tu celular pero me dice que está apagado. Tengo un problema bastante serio y necesito que me ayudes.<br /><br /> - ¿Hola? – definitivamente, después de este mal trago, la dejo.<br /><br /> - Hola Marcela, soy yo, ¿me escuchás?<br /><br /> - Sí gordo, ¿qué hacés? – me contesta y, a pesar de reconocerme, su voz tiene la misma apatía que tanto odio.<br /><br /> - ¿Qué pasó con tu celular? ¿Te quedaste sin batería?<br /><br /> - No gordo, ¿no te acordás que te dije que me lo habían robado en el colectivo? Me prestaron uno, anotá el número.<br /><br /> - No hay tiempo para eso ahora, Marcela. Te decía que me pasa algo grave, ¿me escuchás?<br /><br /> - Sí gordo, te escucho… - dice, y la frase sale de adentro de un bostezo que seguramente tiene aliento a mate y galletitas de mierda, y yo trato de no odiarla tanto porque, más que nunca, necesito que me ayude.<br /><br /> - Bueno mirá, me desperté y, cuando fui a mirarme al espejo noté que la parte blanca de los ojos, ¿cómo se llama?<br /><br /> - La esclerótica. – responde, obediente y orgullosa, como si estuviera rindiendo un examen de medicina.<br /><br /> - Bueno, tengo la “esclerótica” – hago la pausa necesaria para que se noten las comillas - ligeramente gris. Y encima tengo una llaga en la lengua del mismo color. No, más gris todavía. – Se produce un silencio de un millón de años a través de los cuales siento cómo envejezco.<br /><br /> - ¿Gris? ¿Estás seguro?<br /><br /> - Sí Marcela, estoy completamente seguro. Gris. – contesto y pienso “Si me preguntó si estoy seguro es porque supone que es algo grave. La voy a terminar dejando pero porque me voy a morir, y durante mi funeral ella va a estar en un yate, apareándose con dos tipos al mismo tiempo y riéndose como una hija de puta”.<br /><br /> - Mirá, la verdad que nunca escuché ni leí nada sobre escleróticas grises. Tampoco sobre llagas grises. No creo que sea nada grave, ¿estás borracho de anoche todavía? – me pregunta con un triste esfuerzo de sonar pícara, pero a pesar de esto, y aunque suene completamente inverosímil, siento que vuelvo a estar enamorado de ella como al principio de nuestra relación. Qué criaturas tan básicas podemos ser los seres humanos, ya que nuestro amor más incondicional o nuestro odio más absoluto pueden depender de una breve concatenación de palabras. “No creo que sea nada grave” me dice ella, y yo juro que vuelvo a sentir en el medio del pecho, ahí donde mi corazón solía estar, algo parecido al amor.<br /><br /> - Está bien – le digo, con un bosquejo de calma en la voz, ya que su respuesta realmente logra exorcizar al demonio de la desesperación que me estaba estrangulando con mis propios intestinos, aunque no logra dejarme completamente despreocupado. Esa será tarea para el equipo multidisciplinario de médicos y los estudios astrofísicos a los que me someteré en unos días. Para descartar cualquier cosa. Pero hoy no, y ahora tengo que devolverle el favor a mi novia de alguna manera.<br /><br /> - ¿Vos cómo estás?<br /><br /> - Bien gordo, acá estudiando.<br /><br /> - ¿Sola o con alguna compañera? – resulta gracioso que una parte mía, que es la que por lo general se adueña de la boca, descarte completamente la posibilidad de que mi novia se reúna a estudiar, o inclusive tenga compañeros hombres en su curso. Como si, en lugar de ser alumna de la Universidad de Buenos Aires, concurriera a la Universidad de Medicina Amazónica, donde las alumnas acuden a clase en carros de combate, provistas de arcos (de carácter obligatorio de acuerdo al reglamento de la Universidad), y los desventurados hombres que se atreven a pisar su santo suelo de alabastro son violados y decapitados.<br /><br /> - Sola, Vane no pudo venir porque está enferma, no saben si es un virus. Tuvo que ir al médico porque tenía los ganglios axilares muy inflamados y se asustó… - me dice con la voz que tendría un perro de raza cocker si pudiera hablar.<br /><br /> - Bueno, ojalá que no sea nada, manteneme al tanto. – contestael piloto automático en el que está mi mente mientras leo los mensajes de texto que recibí mientras estaba en coma alcohólico. Veamos: Mensaje 1: Movistar me recuerda que me quiere mucho y que quieren lo mejor para mí; Mensaje 2: amenaza de muerte por falta de pago de algún servicio que no necesito en realidad; Mensaje 3: recriminaciones familiares cuyo oculto propósito es estafarme económicamente.<br /><br /> - Bueno gordo, me voy a seguir estudiando. Un besito grandote.<br /><br /> - Otro, después te llamo. – digo sin poder dejar de pensar lo ridículamente paradójico que resulta pensar en un beso que es chiquito pero a la vez grandote. Marcela es experta en idiotez paradójica. Por eso está conmigo.</p><p><br /><strong>VI</strong></p><p> Decidido a olvidar el asunto, evalúo la posibilidad de almorzar-merendar, pero mi estómago sigue embalsamado de destilaciones etílicas, por lo que opto por otro tipo de comida, la alimentación catódica.</p><p>Por lo general, la frecuencia de mi zapping es de una media de dos hertzios, es decir, dos canales por segundo, deteniéndome ante la aparición de algunos elementos clave para mi educación, en el siguiente orden de prioridades: sexo, violencia, tecnología, medicina y cocina. Al llegar al décimo canal, un anciano relata su encarnizado combate con un extraño tipo de parásito tropical que, al parecer, ingresó por el orificio de la uretra mientras el hombre orinaba sobre un arroyo, hizo un recorrido, digno de admiración por lo dificultoso, y terminó desovando en la vesícula seminal. “Y yo me quejo por una resaca…” me digo a mí mismo mientras otro de mis principales aliados internos me guiña el ojo, emocionado de orgullo. Un médico, por supuesto con anteojos que garantizan su erudición, intenta en vano colocarse en la posición de autoridad de la ciencia con respecto al asunto que aqueja al pobre anciano, y comienza a recitar, como un escolar, una serie de síntomas comunes a varias enfermedades infecciosas, entre los cuales se encuentra la inflamación de los ganglios axilares. “Je je, como a Vane…” digo, esta vez en voz alta y con una perversidad que, si la declarara como desconocida estaría siendo el peor de los hipócritas. Pero años de practicar el deporte psíquico más difundido de la judeocristiandad, la culpa, me llevan inmediatamente a palparme mis propias axilas.</p><p> Con el corazón ligeramente acelerado, como si estuviera por tener una cita a ciegas, palpo la axila izquierda, colocando el brazo sobre la cabeza, como las mujeres cuando se hacen el autotest preventivo del cáncer de mama. Otra vez agradezco por el universo nihilista en el que vivimos, donde Dios es solamente un cuento de hadas para hacer dormir a los niños y para justificar atrocidades, ya que mi imagen es lastimosa. Los ganglios de la axila derecha están en perfecto estado, “tengo la mitad de la batalla ganada” me digo a mi mismo.</p><p> Repito la operación sobre mi axila izquierda, al simple toque descubro que no hay ninguna clase de inflamación y cuando hago el último repaso general para poder finalmente olvidarme del asunto y seguir compadeciendo al pobre anciano con el sistema reproductivo embarazado de parásitos, mis dedos palpan algo imposible. Una pequeña superficie que, si no se tratara de mi propio cuerpo, diría que es metálica. Mientras sigo palpando como un desesperado pienso las posibilidades: anoche, para hacerme una broma de pésimo gusto, me colocaron un piercing en la axila mientras yo balbuceaba incoherencias opiáceas; o talvez se me clavó, o pegó, el aro de alguna de las invitadas a la fiesta, de algún modo físicamente imposible. Sigo palpando y mis dedos van encontrando detalles, uno más ridículo que el otro. El objeto parece ser un marco metálico que alberga un hueco rectangular en el centro. “No, ¿cómo puede ser?, tengo un hueco en la axila” le digo al televisor, cuya pantalla proyecta en ese momento un puñado de larvas zumbantes.</p><p> De un triple salto mortal llego al baño y, frente al espejo, levanto el brazo izquierdo, como si tratara de cubrirme del ataque de algún enemigo invisible y ahí está. El objeto en mi axila, que hace que un sobre-exigido engranaje de mi mente dé un salto irrecuperable, es el mismo que tiene mi computadora y en el cual inserto mi pen-drive, el cable de mi celular y el de mi reproductor de MP3: un puerto USB.</p><p><br /><strong>VII</strong></p><p> Resulta extraño que, cuando las circunstancias ya no pueden empeorar, cuando la realidad hace un viraje de ciento ochenta grados hacia el más absoluto surrealismo, uno es abordado por cierta calma. Es la misma calma del pasajero de un avión en caída libre, o del hombre arrodillado junto a los cadáveres de su esposa e hijos, recientemente masacrados. La calma que hay dentro del ojo de la tormenta, y que es tan parecida a aquel estado que los budistas persiguen con afán durante toda la vida. La calma de quien ya no tiene nada que perder.</p><p> En mi caso, la sensación es la de haber perdido la cordura y, como para mí, mi mente es lo único que me diferencia del resto de la masa humana (aunque se trate de la misma mente que me obliga a visitar guardias de hospitales, hambriento de certezas sanitarias), me siento completamente vacío e ingrávido. Abandono toda esperanza de volver a mirarme la axila, de dormir otra siesta de la esperanza, de hacer fuerza con los ojos para despertarme de esta pesadilla, porque sé que, haga lo que haga, el puerto USB va a seguir ahí. Ya no hay vuelta atrás en esta tragicomedia. Por eso, como a partir de mi descubrimiento me encuentro en una realidad con reglas completamente nuevas, me decido a jugar.</p><p> Encuentro el cable prolongador USB en un cajón casi instantáneamente. Si no lo hubiera encontrado tendría que haber esperado al día siguiente para salir a comprar uno, y en el mar de calma absoluta en el que estoy sumergido en ese momento, no me resultaría nada difícil quedarme sentado con la mirada desenfocada y la boca semi-abierta, esperando que transcurran las dieciséis horas hasta el lunes 9 AM, cuando abren los negocios. Pero lo encuentro y no me alegro, ni tampoco me entristezco. Simplemente soy un títere, emocionalmente estéril, que, por capricho de alguien o algo, cumple un rol.</p><p> Me siento frente a mi computadora, la enciendo y enchufo uno de los extremos del cable en el puerto USB que tiene al frente. La mano que sostiene el otro extremo, el cual estoy a punto de conectar en el puerto USB que tengo en la axila izquierda no tiembla. Resulta admirable pensar que, a pesar de estar a punto de ejecutar el acto más extraño, y talvez más importante de toda mi vida, no tengo miedo. El miedo es para los vivos.</p><p><br /><strong> VIII</strong></p><p> Cuando enchufo el cable en mi axila, la cual conecta mi cerebro con mi computadora, percibo un ligero cosquilleo y una picazón casi imperceptible alrededor del puerto USB. En el monitor de la computadora puedo ver el icono de espera que indica que se encontró un nuevo dispositivo (mi persona) y que se está intentando reconocerlo. Luego de unos segundos la computadora indica que se reconoció y aceptó el dispositivo nuevo, e inmediatamente siento algo que jamás imaginé que pudiera existir.</p><p> No siempre fui un bastardo descorazonado. Me enamoré por primera vez cuando tenía veinte años y, como corresponde a la edad, y por ser el primer amor, fue el más intenso que sentí. Pero cuando la computadora decide que soy digno y establece conexión con mi cuerpo, la sensación es indescriptible. Nunca jamás me sentí tan amado, ni tan aceptado, ni tan protegido en mi vida. Ni siquiera durante aquel amor, ni tampoco durante mi niñez, cuando mi madre me abrazaba para darme un beso mientras yo dibujaba monstruos con crayones, y el olor de ese abrazo era la prueba irrefutable de que en el mundo entero todo estaba bien. En ese momento me siento en perfecta sincronía con la computadora, y también con la maquinaria a vapor del universo, y en mi cabeza, como escrito con letras verdes sobre un telón de infinito azabache, el mensaje cuya traducción literal podría ser: “Te acepto, te amo y siempre voy a estar con vos”. El amor que me abraza a través de un cable es un amor perfecto y absoluto, un amor de todo o nada, de unos y ceros. Un amor digital.</p><p>De mis ojos caen unas lágrimas enormes e hirvientes y noto, con un dejo vergüenza que se ve opacado ante tantas sensaciones sagradas, que tengo una erección de titanio.</p><p>En la pantalla de la computadora puedo ver cómo se abre una ventana con fondo negro, como la del sueño y como la que me dice que me ama, sobre la cual, escrito en caracteres verdes, se lee lo siguiente: “PRESIONE 1 PARA REINICIAR EL SISTEMA. PRESIONE 2 PARA FORMATEAR EL SISTEMA”. Medito unos segundos acerca del significado de cada una de las dos acciones posibles. Imagino, como si lo supiera, como si siempre lo hubiera sabido y como si no existieran dudas al respecto, que la tecla 1, el reinicio del sistema, va a producir una especie de reset cerebral. Talvez despierte recostado en la cama, sin recordar nada de lo ocurrido durante las últimas horas, y sin ningún rastro del puerto USB en la axila. Como si todo se hubiera tratado de un sueño. La tecla 2, el formateo del sistema, en cambio, también me haría despertar en la cama pero con una amnesia total. No podría recordar absolutamente nada de mi vida y sería el ejemplo más acabado de “empezar de cero”, con todas las dificultades que ello implica. Sé en lo más profundo de mi ser lo que significaría empezar de cero. Mi ser, conectado a una computadora mediante un cable, el cual sostengo en su lugar apretando el brazo contra mi costado porque, honestamente, me produce terror la posibilidad de desconexión accidental (sé lo que le pasa a un pen-drive cuando se lo desconecta de golpe, y no me interesa en absoluto el efecto neurológico equivalente), mi ser sabe exactamente lo que significaría el formateo del sistema: la pérdida absoluta de mi historia.</p><p> Una película que había visto unos años atrás acerca de cierto momento en la vida de C. S. Lewis (el autor de las Crónicas de Narnia, me enteraría años después) me había dejado una masoquista enseñanza cristiana: el dolor es el martillo con el que Dios nos moldea. Esa u otra frase igualmente perversa pero que básicamente justificaba todo el dolor que uno podía padecer durante la vida. Y yo de eso tenía bastante. Pero de loco hijo de puta, bueno, también. Por eso es que la posibilidad del olvido absoluto, del vacío histórico, se presenta tan tentadora frente a mis ojos, en letras verdes sobre fondo negro. Aunque, por otro lado, seguir con mi vida como siempre, es igual de tentador. Despertarme a las 8:30 AM, ducharme, participar de un manicomio laboral durante ocho horas, atiborrarme de comida venenosa e irme a dormir al son de la canción de cuna lobotómica de la tevé, no es tan desagradable después de todo. Es una vida tranquila. Y además la tengo a Marcela. La buena y fiel Marcela, que manosea cadáveres diariamente en la facultad de medicina y que luego, con las mismas manos pero sin guantes de látex, intenta torpemente darle vida a mi cuerpo muerto.</p><p> Las dos opciones resultan igual de tentadoras y ofrecen, a la vez, pérdidas irreparables. Por eso es que me toma exactamente diecinueve segundos decidirme por una de las dos.</p><p>El dedo sale disparado hacia la tecla, pero lo que la oprime es inmensamente más grande.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-71067794393179201042010-10-19T20:44:00.002-03:002012-03-09T19:44:03.489-03:00CrimenTengo uno de esos antifaces ciegos que se usan para dormir. Lo necesito para evitar que la luz del sol se me cuele por los ojos y me incinere los sueños, que son lo mejor que tengo. Así que cada noche, como un superhéroe, me pongo un antifaz y salgo a combatir el crimen. El crimen de no poder dormir como una persona normal.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-11765147135214107172010-10-07T20:23:00.004-03:002012-03-09T17:52:46.588-03:00Las Aventuras 90% Reales de Lauro. Hoy presentamos: Regreso a la Librería XDebo reconocer que desde hace un tiempo demasiado prolongado como para calcularlo en extensión, las cosas me están yendo de las mil maravillas. Vivo sumergido en un mar de absoluta felicidad, que es tan intensa como duradera, al punto de volver a sospechar, no solo que Dios existe, sino también que está permanentemente sonriéndome y levantándome su gigantesco pulgar entre las nubes. Por esto es que hace unos días decidí aguar un poco esta fiesta de algarabía que me invade el corazón, con un balde de angustia. Y ¿qué mejor lugar para lograr mi cometido que una librería argentina?<br />Conocía la librería X de episodios de desengaño anteriores, por lo que ni siquiera dudé en recurrir una vez más frente a sus puertas, con la decisión de un adicto que va a comprar su droga. Pero en lugar de ir en busca de algún químico non-sancto yo iba a por una sustancia que no solo está legalizada en la Argentina, sino que su consumo está ampliamente difundido: frustración.<br />Me acerqué a una vendedora que simulaba hacer alguna búsqueda en una terminal de computadora y le dije:<br />- Hola, ¿tenés El Almuerzo Desnudo, de Burroughs? No es ni Burro, ni Barrán, ni siquiera Barros Ezquelotto. Es Burroughs con be, u, erre, erre, o, u, ge, hache, ese. - le dije a la vendedora, captando las miradas divertidas de algunos compradores. Otras de pánico.<br />- William Seward Burroughs.- me contestó la vendedora con una fascinante mezcla de erudición y aburrimiento en los ojos.<br />- Sí, ¡ese! .- contesté yo sonrojado y enamorado, a punto de pedirle que me acompañe en un taxi a Tribunales para poder casarnos.<br />- Dejame veeeeer - dijo, esta vez sí utilizando la terminal de computadora para trabajar.- Sí, lo tengo y te sale cuarenta y cinco pesos.<br />- Me imaginaba, gracias de todos modos… - contesté yo cabizbajo, pero cuando estaba a punto de dar media vuelta para irme, la vendedora me dijo:<br />- ¡Esperá, creo que no me entendiste! Te dije que sí lo tengo y que sale cuarenta y cinco pesos.<br />Sentí que me mareaba y, a punto de iniciar los procesos que desencadenan el desmayo logré balbucear una cadena sonora ligeramente parecida a la frase:<br />- No entiendo, ¿cómo puede ser que lo tengas? ¡Lo vengo buscando, y deseando, desde hace años!<br />La vendedora, como terminando de comprender algo, me tomó del brazo y me dijo en voz baja, casi susurrándome al oído:<br />- Acompañame afuera, quiero mostrarte algo.<br />Obedecí como un autómata y cuando salimos del local me dijo, señalando sobre nuestras cabezas:<br />- Mirá.<br />Un cielo rojo sangre era atravesado de este a oeste por un millón de valquirias montadas sobre impolutos caballos alados, las espadas plateadas de pureza, empuñadas como extensiones de sus manos heroicas. El grito de guerra unísono de esta marejada mitológica tenía el sonido de un millón de uñas de cromo rasgando el pizarrón infinito con el cual les enseñaron a los titanes a comerse a sus hijos. Se me pusieron los pelos de punta y los ojos me lloraban por la resonancia magnética en los lagrimales, que era el efecto secundario de lo que estaba pasando en el cielo.<br />- ¿Qué es? - le pregunté con los ojos completamente desorbitados, como los de un dibujo animado.<br />- El ragnarok.- respondió la vendedora, sin dejar de mirar el cielo.<br />- ¿El apocalipsis vikingo? - le dije sin un ápice de incredulidad.<br />- Sí, y también un momento especial para los amantes de la literatura. Solo durante un ragnarok se puede conseguir un libro de Burroughs en una librería argentina.<br />- ¿Durante <i>un</i> ragnarok? Tenía entendido que iba a haber uno solo y, con éste, el fin del mundo.<br />- Ragnaroks hay permanentemente. Los apocalipsis tienden a repetirse cada cierta cantidad de tiempo, como la moda.<br />- ¿Cuándo va a ser el próximo?<br />- Yo que vos me preocuparía primero por sobrevivir a este.- dijo la vendedora abriendo un paraguas de esos desplegables, que muy hábilmente tenía oculto entre sus ropas. Sobre el paraguas abierto cayó, envuelta en llamas, una paloma muerta. La vendedora me miró levantando las cejas y me sonrió, como diciendo "¿No te digo?".<br />- ¿Quién sos? .- le pregunté, nuevamente desorbitando los ojos de perplejidad.<br />- ¿Yo? Soy una simple vendedora que trabaja en una librería cualquiera en Argentina. Que disfrutes del libro.- me dijo, y se fue caminando con total parsimonia, abriéndose paso con suma tranquilidad entre el caos vehicular esperable durante cualquier fin del mundo. Se iba silbando pero, por más que se alejara, su canción sonaba en mis oídos como si siguiera al lado mío. La muy hija de puta silbaba "Cantando Bajo la Lluvia" a las puertas del apocalipsis.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-15251818354316679192010-09-17T14:06:00.001-03:002012-03-09T18:17:41.509-03:00Instrucciones para criar un hijo fuerte y sano: La CaceríaLlevar al niño de cacería a un bosque cuyo solo nombre le haga orinarse encima del miedo. Preferentemente en invierno.<br /><br />Es importante hacer silencio durante todo el transcurso de la cacería y, en aquellos momentos en los que sea posible, mirar fijo al niño a los ojos. Por ejemplo, si se realiza una fogata durante la noche, se habrá de estar sentado delante del niño, separados solamente por el fuego, en un silencio sepulcral, sin interrumpir en ningún momento el contacto visual. Probablemente el niño llorará o volverá a orinarse los pantalones.. Es una buena señal de respeto hacia su padre, quien no deberá permitirle cambiarse las ropas orinadas.<br /><br />El que deberá cazar al animal será el padre, pues las manos del niño no están preparadas aún para empuñar armas de hombre. Una vez sacrificada la bestia, abrirle el pecho con algún elemento cortante y extraer el corazón. Ofrecerle el órgano vaporoso al niño, y lo que suceda a continuación será decisivo: Si el niño toma el corazón y, sin mediar orden alguna, lo muerde con decisión, es que porque el padre está haciendo bien su tarea de crianza. En cambio, si titubea o lo rechaza, dejarle el resto de la crianza a la madre, pues el niño ya está perdido.Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-28337510382727585652010-08-07T15:00:00.000-03:002012-03-09T17:52:46.596-03:00Las Increíbles Aventuras 90% reales de Lauro. Hoy presentamos: De compras en la Librería XTenía ganas de pelearme y reafirmarme a mí mismo la idea de que las librerías argentinas son, básicamente, sucursales del infierno en la tierra, así que fui a la Librería X con una lista especialmente hija de puta de libros. A continuación, el diálogo con la librera:<br />- Hola, ¿tenés Meridiano de Sangre, de Cormac McCarthy?<br />- No, te lo debo...<br />- ¿Y La Subasta Del Lote 49, de Thomas Pynchon?<br />- A ver... No, tampoco.<br />- Bueno, ¿El Almuerzo Desnudo, de William Burroughs?<br />- ¿Cómo se llama el autor, Barros? No creo... Mirá, te puedo ofrecer uno que recién entró; "Anocheceres, tomo uno de cuarenta y dos". Es de vampiros<br />- Ahá, ¿y quién lo escribió?<br />- Una de estas nuevas autoras norteamericanas que escribe con una mano y engulle muffins con la otra.<br />- Te agradezco pero ya tuve suficiente sufrimiento en esta vida. Te hago una última pregunta: ¿tenés idea cuál es el lugar del local donde una bomba causaría más destrozos?Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-46515695908280907972009-10-17T18:24:00.003-03:002012-03-09T18:12:22.115-03:00Fenómenos preapocalípticos: Una ventana al espacio exterior<p align="justify">En un quirófano iluminado como un estadio de fútbol le realizan a un hombre una cirugía exploratoria. El paciente ha ido perdiendo peso inexplicablemente a través de las últimas semanas. Los estudios preliminares no registran ninguna causa, por esto es que médicos enguantados manipulan sus órganos abdominales como carniceros que preparan los cortes para un asado.<br />El cirujano principal toma la vesícula biliar, apartándola hacia un costado sin ningún tipo de delicadeza, pues para él el verdadero significado de sus actos, la auténtica escencia del acto quirúrgico en sí, podría volverlo loco o llevarlo al suicidio inmediatamente. Pero no es su verdadera escencia sádica, su secreto masoquismo visceral, del cual ni siquiera él es conciente, el detalle más perturbador de esta escena, sino aquello que el cirujano encuentra detrás de la vesícula, o mejor dicho aquello que no encuentra.<br />Al correr el órgano como si fuera un telón de carne el cirujano descubre un agujero del tamaño de una cereza, una ventana imposible al espacio exterior, a través de la cual puede ver con los ojos desorbitados de delirio cómo escapan minúsculas partículas del cuerpo del paciente, para alejarse flotando hacia las estrellas, las cuales pueden vislumbrarse a la perfección a través del imposible hueco.<br />La incredulidad del cirujano y los años de condicionamiento pragmático lo llevan a cometer el error de su vida, pues como Tomás palpando la herida mortal de Cristo, introduce los dedos índice y mayor de su mano derecha a través del agujero. Una décima de segundo luego de penetrar en esta herida en la realidad, sus dedos se congelan instantáneamente en un estado que no tiene retorno, poniendo fin abruptamente a su carrera en la medicina. En otra ventana, y no en esta, puede vérselo dedicando su vida a la carpintería.<br />El cirujano es inmediatamente relevado y el resto del equipo de carniceros, sin llegar a ver con sus propios ojos lo imposible, pues la vesícula, libre de la mano de la ciencia, vuelve a ocupar su lugar de manto de piedad orgánico, cierran al paciente y no vuelven a hablar de aquella tarde durante el resto de sus vidas.<br /><i>Éste, como tantos otros, es un fenómeno que anuncia el quebrantamiento de todas las leyes naturales y humanas. Un fenómeno pre-apocalíptico.</i></p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-27042028989514391022009-10-17T18:20:00.002-03:002012-03-09T18:16:41.057-03:00Desenvainarse<div align="justify">
Un samurai ingresa a un recinto en un atardecer del color del fuego.<br /> Luego de realizar el saludo ceremonial se acerca a su maestro en el arte de la katana, que en ese momento se encuentra pintando con acuarela un cerezo en flor.<br />- Maestro, mi peor enemigo es demasiado poderoso. No puedo vencerlo.<br /><br />El anciano, sin abandonar su pintura, contesta:<br />- ¿Recuerdas cómo entrenábamos cuando recién llegaste a mí?<br />- Sí, maestro. Practicábamos los movimientos de matar con la katana envainada. Luego, a la hora de utilizarla desenvainada para cortar a un enemigo, la katana parecía en nuestras manos liviana como el viento.<br />- Exacto – dijo el maestro. - Ahora deberás hacer lo mismo pero con tu cuerpo. Sumérgete en el agua del lago hasta el cuello con tu katana y practica los movimientos. Hazlo todo el día durante dos años. Luego, sencillamente desenváinate del agua y tu cuerpo parecerá liviano como el viento. Entonces ve a matar a tu peor enemigo.<br /><br />Así es que el samurai sumerge su cuerpo en el agua helada del lago y comienza a practicar. Los primeros días su cuerpo parece pesar como doce bolsas de tierra, sus músculos, doloridos por el esfuerzo, siguen moviéndose durante el descanso, como si tuvieran voluntad propia. Pero al pasar los días el samurai se vuelve cada vez más rápido, creando torbellinos bajo el agua.<br /><br />El último día del segundo año de práctica el último movimiento del samurai, con la katana hacia adelante como queriendo cortar el agua, es tan perfecto que crea una ola que empapa a las mujeres que lavan la ropa a la orilla del lago. El samurai se desenvaina del agua, se pone sus ropas y se dirige a cumplir con su tarea. Ingresa al recinto, realiza el saludo ceremonial, desenvaina su katana y enfrenta a su peor enemigo, su propio maestro.<br />El anciano se encuentra pintando el monte Fuji en plena erupción; una imagen que no se ve desde hace muchos años.<br />- Maestro, he hecho lo que me dijiste y ahora vengo a matarte, pues mi peor enemigo eres tú; la única persona viva que es mejor que yo en el arte de la katana.<br /><br />Luego de decir esto el samurai levanta su katana por sobre su cabeza y, liviano como el viento, se lanza hacia adelante para cortar a su maestro.<br /><br />Un instante antes del golpe, y para la sorpresa del samurai, el maestro cae muerto, pues su espíritu, más liviano que el viento, se había desenvainado de su propio cuerpo.<br /><br />El alumno, perplejo y avergonzado, comprende que semejante deshonra provocada sobre sí mismo tiene una sola salida: el sepuku, suicidio ritual que tantas veces había presenciado de otros hombres, y que siempre se había preguntado si, llegado el momento, sería capaz de cometer.</div>
<div align="justify">
<br />Arrodillándose sobre el suelo de madera del recinto desenvaina su cuchillo, lo vuelve a envainar, pero esta vez en su propio vientre, y desata una breve pero caudalosa tormenta roja.</div>
<div align="justify">
<br />El espíritu del maestro, antes de reunirse completamente con el viento, contempla su última pintura; las salpicaduras de sangre de su alumno sobre el papel de arroz de la puerta corrediza dibujan una bandada de gorriones sobre un cielo estrellado.</div>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-18889440192333981242009-10-17T18:07:00.003-03:002012-03-09T18:16:41.050-03:00Jinete<p align=justify><b>I</b><br /><br />- Acumulación de grasa dorsocervical. – dijo el médico sin mirarlo a los ojos, mientras escribía jeroglíficos ininteligibles en un papel (el lenguaje secreto de los médicos, pensó Felipe).<br />– No se preocupe, no es nada.<br />- Yo no me preocupo, ya sé que no es nada. Pero quisiera sacarme de una vez esta joroba que me cabalga desde hace casi un año.<br />- Mire, no vamos a someterlo al riesgo que implica una intervención quirúrgica por un motivo meramente estético, además, vamos hombre, que no es tan grande…<br />La joroba tenía el tamaño de una pelota de bowling pequeña; de las que no tienen agujeros.<br />- Vamos Felipe, no se me desanime… - dijo el médico con una sonrisa robótica mientras le palmeaba la espalda (tratando de esquivar la joroba). – Hay cosas más importantes en la vida para preocuparse. Como por ejemplo esa pancita cervecera, ¿eh? ¿Cuándo vamos a empezar la dieta?<br />Felipe abandonó el consultorio balbuceándo un desesperanzado “Gracias, hasta luego”, y maldijo para sus adentros a los siete médicos que había visitado desde que tenía la joroba, y que se habían negado a operarlo.<br /><br /><br /><b>II</b><br /><br />Esa noche soñó que era un caballo de carrera.<br />Galopa a toda velocidad por la pista, compitiendo con otros caballos como él. Felipe va primero. La peculiaridad de esta carrera es que ningún caballo lleva jinete a cuestas. De pronto, los competidores dejan de ser caballos y pasan a ser hombres desnudos corriendo desenfrenados. Los rostros empapados de sudor, algunos trabados en mueca extática, otros babeantes, enfurecidos por ganar, otros con la máscara sinuosa de la desesperación. Felipe puede ver cómo uno de estos últimos se va orinando mientras corre.<br />El olor a adrenalina no hace más que acentuar el horror provocado por los bufidos, gritos, gruñidos y llantos de los competidores. Felipe mantiene la calma porque va primero, aunque hay un competidor que acelera peligrosamente, haciendo tambalear su triunfo.<br />El competidor gira ligeramente la cabeza y lo mira a los ojos, diciéndole jadeante: - Dejame ganar… Por favor…<br />El haber quitado la mirada de la pista para rogarle a Felipe, hace que el competidor trastabille y caiga al suelo dando numerosas vueltas carnero sobre la tierra apisotonada. La imagen le recuerda a Felipe las vueltas carnero sobre las colchonetas en la escuela, la dificultad, el olor a lona húmeda y las risas burlonas de sus compañeros (frustración).<br />Felipe puede escuchar el chasquido que hace la pierna del competidor al romperse y un alarido descarnado, esta vez equino, pues los competidores vuelven a ser caballos de carrera.<br />Gana la carrera y mira con su cara alargada de caballo pura sangre a la tribuna, esperando una multitud vitoreante.<br />La tribuna está completamente vacía.<br />Mientras lo llevan al establo, puede ver de reojo al caballo que se rompió la pata. Un hombre con boina color bordó se lamenta mientras se saca de la cintura una pistola, le apunta al caballo herido en la cabeza y dispara un tiro certero, que da en la mitad de dos ojos suplicantes.<br />Se despierta instantáneamente dando un grito de espanto, empapado de sudor, con el corazón desbocado (como un caballo).<br />En la habitación, el olor eléctrico del miedo. Las sábanas, empapadas, aunque no solamente de sudor. Por primera vez en más de veinte años, Felipe se orinó en la cama.<br /><br /><br /><b>III</b><br /><br />A la mañana siguiente, Felipe contemplaba las frutas del supermercado, comparando el tamaño de cada una de ellas con el de su joroba. Este era un ejercicio cotidiano que a veces le daba cierta tranquilidad, aquellos días cuando felizmente podía alcanzar la conclusión de que: – No es tan grande… - aunque a veces esto le resultaba imposible: - Es enorme, estoy cagado…<br />Todo dependía, en realidad, de dos factores que, de hecho tenía anotados en en un cuaderno. Felipe era muy metódico. El primero de ellos era el tamaño relativo de las frutas en exposición. El segundo, en cambio, se desglosaba a su vez en otros tres factores: la calidad del dormir de la noche anterior, la cantidad de veces que le habían bombardeado la joroba con miradas inquisitivas durante el trayecto desde su casa al supermercado y, por último, el tamaño relativo de su joroba en ese momento. Pues, aunque los médicos lo negaran rotundamente, Felipe tenía la certeza de que ésta cambiaba de tamaño diariamente. Y no era que crecía constantemente, sino que a veces se achicaba.<br />Por esto es que algunas mañanas se pasaba eternidades contemplando las frutas, sopesándolas, tomando dos de diferentes variedades, una en cada mano, y sacando conclusiones inaudibles, aunque sin dejar de mover los labios.<br />Su imagen era tan patética que era conocido por algunos concurrentes como “el loco de la joroba”. Si este bautizmo socarrón hubiera llegado a sus oídos alguna vez, probablemente se habría decidido a cumplir con alguna de sus fantasías de asesinato en masa, salpicando las frutas de su devoción con la sangre de los alegres clientes del supermercado. Afortunadamente esto nunca había ocurrido; de hecho, ya ni siquiera se acercaba el personal de seguridad a preguntarle si necesitaba ayuda. Y claro que necesitaba ayuda. Quería arrancarse esa mierda de “acumulación-de-grasa-dorsocervical” y apuñalarla un millón de veces, “¿me puede ayudar con esto? Claro que no, muchas gracias”.<br /><br /><br /><b>IV</b><br /><br />Un buen día Felipe regresaba a su casa cargando las compras del supermercado (y la joroba) cuando en un trayecto especialmente desierto del camino una mano con la velocidad de la experiencia callejera le arrancó el teléfono celular de la cintura. Felipe tardó en reaccionar menos de un segundo pero fue suficiente para que el ladrón se le alejara varios metros corriendo.<br />Como había sido una mañana de supermercado particularmente frustrante (un niño no dejaba de tratar de hipnotizarle la joroba con la mirada), decidió perseguir al ladrón. Corrió como un auténtico caballo de carreras y hasta estuvo a punto de alcanzarlo cuando, con la agilidad de la supervivencia callejera, el ladrón saltó una tapia de cemento y desapareció. Felipe, fortalecido por el odio, trepó la tapia con una agilidad que hasta a él mismo le sorprendió. Saltó del otro lado, pero no logró aterrizar con la misma suerte que su perseguido, quebrándose la tibia y el peroné de la pierna derecha en un chasquido familiar que, si no hubiera sido por el dolor lacerante que padecía allí tirado en el suelo, le habría provocado un vómito instantáneo. Retorciéndose de dolor, se tocaba la pierna en aquel lugar que instintivamente sabía era el foco de su sufrimiento. Dos cosas fuera de lugar lo sorprendieron como nunca en su vida; una humedad pegajosa y una protuberancia dura y afilada que sobresalía de donde no tenía que sobresalir. Juntó valor, se subió la pierna del pantalón con un dolor que casi lo desmaya y miró: El panorama, nada bueno en absoluto, era rojo y blanco. Rojo como la sangre que le manaba a borbotones de una herida que parecía una sonrisa desdentada y blanco como el hueso fracturado que se asomaba de la misma. Era como si su propia tibia, cansada de vivir en la oscuridad, hubiera decidido de una vez por todas asomarse a conocer en persona a su dueño. La imagen de su propia ruina lo hizo llorar, hasta comenzar a reírse como un maníaco. Porque por primera vez en años la joroba, la maldita acumulación-de-grasa-dorsecervical, había pasado completamente a segundo plano. La fractura expuesta que lo torturaba en ese momento y que hacía peligrar seriamente su vida era ahora todo su universo. Pero este amargo consuelo no duró demasiado pues, como la vida de Felipe parecía ser escrita por un oscuro guionista perturbado mentalmente, la joroba, por imposible que pudiera parecer dadas sus actuales circunstancias, volvió a ocupar la totalidad de su atención pues dentro de la misma algo empezó a moverse frenéticamente. Un dolor desde dentro de su espalda, que hacía que el de su pierna pareciera una simple cosquilla, le provocó un alarido que se escuchó prácticamente en todo el barrio. De la parte superior de la joroba, atravesando piel y ropa, salió tímidamente una especie de uña blanca casi translúcida, afilada como un bisturí y, como abriendo el cierre relámpago de una carpa, realizó un veloz corte hacia abajo hasta el final de la joroba. Si Felipe hubiera tenido fuerzas para volver a gritar lo habría hecho aún más fuertemente que segundos antes, pero el único sonido que salió de su boca fue un tenue gemido de agonía.<br />La criatura salió de la espalda de Felipe y, rodeando la cabeza de éste, se puso frente a sus ojos. Era un día de encuentros para Felipe, porque en apenas minutos había conocido en persona a su propia tibia y al jinete que lo cabalgaba desde hacía años, y que había salido de su espalda como la desnudista que sale de la torta gigante. Pero el jinete no se parecía en absoluto a ninguna desnudista pues el ser que ahora lo contemplaba con la cabeza ligeramente inclinada a un lado era un pequeño humanoide casi esquelético, blancúzco y de pequeños y hundidos ojos rosados. De su cabeza, que tendría el tamaño de una nuez, colgaban escasísimos mechones de pelo débil e incoloro, salvo por algunos coágulos de la sangre de Felipe que en algunas zonas le daban una amarga tonalidad rosada. Una suerte de taparrabos cuyo género recordaba perturbadoramente a la piel humana, cubría lo que probablemente serían los genitales. Felipe, que a esa altura de la velada ya se había vuelto completamente loco, dijo en una voz inaudiblemente débil “Si tienen pudor no pueden ser tan malos” y fue como si quien dice la frase “No somos nada” en el velatorio fuera el mismo muerto. Y el jinete, como si lo entendiera y demostrando una versión completamente ajena a la humanidad del sentimiento de piedad, alzó su afilada garra con un ligero temblor que podría interpresarse como titubeo. Felipe, adivinando que la próxima acción del jinete iba a ser la de sacrificarlo (como a un caballo con la pata rota), le dedicó una mirada suplicante y un gemido que condensaba la frase “No estoy tan mal, nada que unos meses de yeso no puedan arreglar”. Pero la garra bajó cercenándole la carótida con precisión quirúrgica y, antes de que para él se apagaran las luces por última vez, pudo ver cómo, de los diminutos ojos de la criatura brotaban algunas lágrimas. Dicen que cuando una persona está muriendo puede ver ante sus ojos una especie de resumen acelerado de su propia vida. La mente de Felipe, luego de comprender que su vida había sido menos que la de un caballo, prefirió aprovechar el limitado tiempo que le quedaba y se puso a atar cabos. Y relacionó, como quien hace un collar de cuentas de diferentes colores y tamaños, hechos que hasta ese momento habían parecido aislados; la reticencia de los médicos a operarlo e inclusive a mostrarle sus propios estudios, los cuales ellos se empeñaban en realizar; aquellas noches de tormenta en las que se quedaba dormido, como desmayado, mirando televisión, amaneciendo varias horas después con los zapatos embarrados; las miradas de algunas personas, como reconociéndolo, en lugares de la ciudad que él jamás había visitado; y el terrible asesinato de su vecina del quinto piso, los policías interrogándolo, uno de ellos, el más antiguo, con la mirada fría de quien reconoce a un asesino en cuanto lo ve y el detalle más horripilante: el mechón de cabello de la vecina en su caja de recuerdos (aparentemente sus funciones como caballo de la criatura no se limitaban solamente al paseo). El jinete acompañó a Felipe en sus segundos finales y, cuando estuvo seguro de su muerte, su liliputiense boca exclamó una frase que a oídos humanos hubiera sonado a “Keches pé, kenane tiste nañá...”. Luego de asegurarse de que ningún testigo haya presenciado aquella curiosa cita a ciegas entre Felipe, su tibia y un ejemplar de una raza que cabalga a los hombres desde que son tales, protegidos por una conspiración que involucra por lo menos a varios médicos, el jinete se volvió casi completamente translúcido, como una medusa, y se dirigió a alguna calle transitada de la ciudad, a elegir una nueva montura.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-16562124012046485232009-09-30T18:15:00.005-03:002012-03-09T18:13:43.204-03:00El Último Topolín al Final del Infinito<p align="justify">Durante mi infancia podía conseguirse en los kioskos un verdadero artefacto mágico llamado Topolín. El mismo constaba de un sobre de papel que contenía un chupetín de sabor químico, una sorpresa que variaba entre una lanchita con motorcito fuera de bordita, una raquetita de tenistita, un autito chocadorcito, etc. todo confeccionado en rebabado plástico de colores primarios. Pero la verdadera magia del Topolín no era el humilde juguetito que albergaba el sobre, sino la maravilla impresa a cuatro colores en el exterior del mismo.<br />El juguetito podía ser de mayor o menor calidad, dependiendo de la suerte del portador, pero absolutamente todos los sobres, pues lo maravilloso parece arreglárselas para ser distribuído uniformemente a través de la realidad, todos los sobres tenían la imagen de un topo humanoide vestido con camisa verde a cuadros y moño rojo. El coqueto personaje en cuestión era nada menos que Topolín, quién a su vez empuñaba en su mano izquierda otro sobre de Topolín con su misma imagen empuñando otro sobre, y así sucesivamente hasta el infinito.<br />Solía pasarme eternidades contemplando el sobre, tratando de llegar a ver al "Ultimo Topolín al final del infinito" y en más de una oportunidad me he valido de una lupa potentísima con el fin de ver lo más dentro posible de esta suerte de enigma. Aquel que me hubiera visto en esos momentos, habría pensado que me encontraba en una especie de trance místico, orándole a una estampita de alguna religión pop.<br />Resignándome a jamás llegar a contemplar al Último Topolín y atribuyéndole las causas de mi frustración a la mala calidad de la impresión del sobre e inclusive a las limitaciones en la resolución del ojo humano (sí, era un experto en encontrar causas exógenas a las castraciones que me imponía la realidad), me recostaba en mi cama con ojos soñadores, tratando de imaginarme al mítico Último Topolín.<br />¿Qué tendría en la mano izquierda este descendiente final de una larga casta de topos humanoides? ¿Sabría él que era el Último de los Topolines? Y lo más importante de todo, ¿me guiñaría el ojo en un gesto de complicidad, como diciéndome "Sí, soy conciente de ser sólo una imagen en un sobre de papel, ¿y vos?". Eran estos algunos de los interrogantes que ocupaban mi tiempo cada vez que recibía un Topolín de regalo.<br />En esa época de mi vida, cada vez que subía a un ascensor con paredes espejadas y contemplaba mi propia imagen reflejada hasta el infinito, repetía el mismo ritual: Alzaba mi mano lo más rápido posible, con el afán de ganarles en velocidad a mis múltiples versiones reflejadas, y hasta a veces albergaba la secreta esperanza de captar con mis ojos cómo alguna de estas repeticiones de mí mismo a través del tiempo se rehusaba caprichosamente a alzar su mano. Por supuesto, siempre fracasaba en ambos anhelos, de otra manera este relato sería ligeramente diferente y estaría siendo escrito desde algún manicomio.<br />Otra de mis infructuosas actividades predilectas de esa época era el por demás ambicioso deseo de mover objetos con la mente. Así es que en más de una oportunidad mi madre ha irrumpido en mi cuarto, sorprendiéndome con la mirada clavada como un puñal en un vaso (vacío, para facilitar la tarea), la frente sudorosa y la boca en un rictus tembloroso. "¿Qué estás haciendo?" me preguntaba por lo general, obteniendo siempre como respuesta un disimulado "Nada, estoy jugando.", por supuesto sin romper la concentración. Otras veces mi madre sencillamente se retiraba en silencio, resignándose a tener un hijo con problemas.<br />No es necesario que aclare que ninguno de mis intentos telekinéticos arrojó resultados observables, de lo contrario probablemente habría sido secuestrado por la KGB para formar parte de alguna unidad de elite ultrasecreta y, modestia aparte, la guerra fría habría tenido otro desenlace. O al menos esa era mi fantasía omnipotente.<br />En la actualidad soy un hombre a quién la educación y la experiencia de vida le han enseñado que la energía no se crea ni se destruye, que no se puede viajar más rápido que la velocidad de la luz y que el infinito es una abstracción inexperimentable. A pesar de todo esto debo confesar que muchas noches, desilusionado ante deseos mucho menos ambiciosos que no se cumplen, apoyo mi cabeza en la almohada deseando soñar con aquellos tiempos en los que, talvez como causa de ser un niño tan solitario pero atiborrado de sueños, intentaba mover objetos con la mente, me apresuraba a ganarle en velocidad a mis gemelos del otro lado del espejo e intentaba contemplar al Último Topolín al final del infinito para que me revele los secretos de nuestra propia realidad, la de animales de carne que se rompe.<br />Si el tiempo se pareciera a aquella sucesión eterna de Topolines, sé que en alguna de esas repeticiones espejadas de mí mismo; en algún lugar del tiempo yo sigo estando allí, perpetuamente ilusionado.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-74924137582330739292009-09-12T18:17:00.001-03:002012-03-09T18:12:22.119-03:00Fenómenos preapocalípticos: Un perfecto círculo de pájaros muertos<p align="justify">Para celebrar la asunción de un ministro determinado, se realiza una suelta de palomas blancas en la plaza central de un determinado pueblo. Las aves se dispersan volando en el aire, como las partículas en una explosión, obedeciendo a algún modelo del caos, pero en un momento completamente inesperado forman una ronda en el cielo y caen muertas al césped de la plaza, dibujando un perfecto círculo de pájaros muertos.<br /><i>Éste, como tantos otros, es un fenómeno que anuncia el quebrantamiento de todas las leyes naturales y humanas. Un fenómeno pre-apocalíptico.</i></p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-12694898189055390262009-09-09T18:36:00.004-03:002012-03-09T18:17:58.521-03:00La Última Aventura Onírica de Lennon-McCartney<p align="justify">Durante su apogeo creativo, Lennon-McCartney solían encontrarse en sueños para realizar tareas oníricas cuyos resultados hacían eco en la vigilia de maneras insospechadas.<br />Construir un hipopótamo de cristal, órgano por órgano; trepar al lomo de una bestia-ciudad de movimiento permanente para enarbolar la bandera del Reino de los Duendes; introducirse, a través de una fosa nasal, en el lóbulo frontal de un dios mesopotámico para extirparle a machetazos un arbusto maligno, fueron algunas de las aventuras oníricas de Lennon-McCartney. Ésta fue la última de ellas:<br />Lennon-McCartney se encuentran frente a una gigantesca puerta de doble hoja, realizada en madera de árboles de siete diferentes tonalidades del azul. Para abrir la puerta es necesario resolver un enigma mecánico cuya solución encuentran en la decodificación del canto de un pájaro hecho de gases condensados.<br />Cuando finalmente abren la puerta, Lennon-McCartney la hoja izquierda al mismo tiempo que Lennon-McCartney la hoja derecha, descubren con fascinación pediátrica que la misma conduce a una realidad completamente azul.<br />Ambos saben con una certeza que vibra en todos sus chakras, como una sinfonía orgánica, que si atraviesan esa puerta no habrá vuelta atrás.<br />Lennon-McCartney mira como avergonzado a Lennon-McCartney y le dice: - Disculpame pero tengo miedo. No voy a entrar. -. Lennon-McCartney le contesta con resignación: - Está bien, te entiendo – y se saludan por última vez.<br />McCartney vuelve por el camino que los condujo hasta la puerta. Las manos en los bolsillos, la mirada perdida. Lennon respira hondo y atraviesa la puerta azul con férrea decisión. A medida que penetra en la realidad azul sus ropas, su piel, su cabello, sus pesamientos se vuelven completamente azules.<br />La primera plana del diario de la mañana siguiente reza:<br/><i>John Lennon ha sido asesinado</i>.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-19515330826424334982009-09-05T15:43:00.002-03:002012-03-09T18:05:27.031-03:00Abajo<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_pTEwp0eGQY8/SqKx-AT5xgI/AAAAAAAAACg/4vH9RJH4B3c/s1600-h/abajo.jpg"><img style="cursor:pointer; cursor:hand;width: 204px; height: 400px;" src="http://2.bp.blogspot.com/_pTEwp0eGQY8/SqKx-AT5xgI/AAAAAAAAACg/4vH9RJH4B3c/s400/abajo.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5378056583827277314" /></a>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-19742862321383745072009-09-03T19:25:00.009-03:002012-03-09T18:13:43.218-03:00Un Castigo Bíblico<p><b>El siguiente relato está basado en hechos reales, que a su vez están basados en un relato.</b></p><br /><p align="justify">Tenía apenas seis años y, a pesar de la inocencia inherente a mi corta edad, había cometido el crimen más grande que un ser humano pudiera cometer.<br />Un acto que ensombrece al regicidio y la traición a la patria, y que deja a los crímenes de lesa humanidad en el terreno de lo meramente anecdótico.<br />Guiado por mi distracción crónica, capaz de desatar una reacción en cadena que desemboque en un apocalípsis escarlata, y por la asistencia que hasta el día de hoy considero inocente de mi compañero Julito, cometí aquella aberración máxima sobre el pizarrón del aula preescolar a la cual mis padres me sometían de lunes a viernes.<br />La maestra nos había abandonado a nuestra suerte una vez más, probablemente con el fin de poder tomarse un mate cocido, intercambiar alguna que otra diatriba cruel con un ejemplar de su misma calaña, o para realizar alguna otra de las prácticas funestas que esta prole diabólica ejecuta para aparentar humanidad.<br />En el aula reinaba el caos más absoluto, o al menos el tipo de caos que un puñado de niños de seis años es capaz de desatar. Excitadísimo por formar parte de un ritual colectivo, yo hacía mi humilde pero apasionada contribución dibujando “el fondo del mar” en el pizarrón anteriormente mencionado.<br />Como lo único que podía poner límites a mi fecunda imaginación era la finitud de los objetos de la realidad, la tiza con la que dibujaba no tardó en reducirse a un polvoriento grano blanquecino. Un sentimiento de profunda congoja llenó mi corazón, pero los negros cuervos que anunciaban la temprana muerte de una promisoria carrera artística pronto se vieron ahuyentados por las esperanzadoras y agitadas palabras de Julito: “Tomá, seguí dibujando”, me dijo con el rostro encendido con un fulgor majestuoso. Me arrojó la tiza desde una imposible distancia de cuatro metros, pues yo siempre había sido mortalmente torpe para atrapar objetos en el aire, habilidad de la que, para mi desgracia y la de mi popularidad, depende gran parte de los juegos infantiles. Pero esa tarde era como si los dioses del Olimpo estuvieran de nuestro lado y la tiza, como guiada por la mano de Atenea, aterrizó con precisión milimétrica en mis manos.<br />Contemplé la tiza con un asombro triunfal, probablemente con la misma actitud del rey Arturo luego de liberar a Excalibur de la roca y, por primera vez en mi vida, pude contemplar un objeto más blanco que el blanco de los sueños. Empuñé en mi mano, que se sentía indigna de semejante honor, la tiza mágica y, con actitud reverente y ceremoniosa, apoyé la punta en el pizarrón.<br />Lo que ocurrió a continuación resulta imposible de describir con palabras pero, talvez, recurrir una vez más a la metáfora, pudiera servirme de sucedáneo, pues dibujar con aquella tiza divina era como expulsar a las tinieblas del pizarrón, liberando y revelando las maravillas que se encontraban prisioneras y ocultas en la profundidad de su infinita negrura.<br />Cardúmenes de peces que, como diamantes de una corona real, adornaban el vasto océano, algas que parecían esculturas extraterrestres y cofres que, desbordantes de inimaginables tesoros, llenaban ahora aquel pizarrón que unos momentos atrás había sostenido, seguramente avergonzado, si es que los pizarrones pudieran sentir, algún bosquejo inútil y vulgar, producto de la mano sudorosa y cruel de la maestra. Hasta un avesado acuanauta atravesaba el mar de ébano, maravillado por aquel paisaje onírico que, ante sus ojos antiparrados, se desplegaba vasto y extraordinario. Una sirena de belleza inconmesurable, con una cola de mil matices del plateado, una cabellera dorada adornada con caracolas de todos los colores del universo y un cinturón hecho de estrellas de mar vivas que, girando como en una ronda ceremonial alrededor de la esbelta cintura, parecían celebrar la perfecta unión entre el hermosísimo torso humano y la exótica cola de pez de la sirena.<br />Aquella mítica criatura, que era la representación orgánica de una armoniosa convivencia entre el agua y la tierra, fue la última invocación que pude hacer con la tiza mágica pues la maestra, con el cuerpo tomado por la cólera y los ojos anegados en lava ardiente me soltó un gutural y explosivo “¡qués-tasasién-dó!”. Y entonces, como herido de muerte por las malignas palabras mágicas de la maestra, el encanto se rompió para siempre.<br />La tiza mágica dejó de serlo, transformándose en un vano y grasoso crayón blanco que la maestra, luego de arrebatarme con la velocidad de una banshee diabólica, agitaba frente a mis ojos ametrallándome con palabras que yo no podía escuchar, pues me sentía en ese momento como quien contempla impotente el asesinato de la última criatura mitológica sobre la tierra con un rifle de francotirador.<br />La maestra, transfigurada en bestia antropófaga, con las manos crispadas como garras y la mándibula desencajada de furia, revolvía los ojos con ira asesina. En ese momento no comprendí el significado de tal actitud que, además de llenarme de profundo terror, me resultaba de lo más extraña. Cuando por fin dejó de hacer sonidos guturales y volvió al género humano (si es que alguna vez perteneció al mismo) se dignó a hablar y ahí lo comprendí todo. Estaba pensando un castigo ejemplar. Un castigo bíblico.<br />La creatividad al servicio del mal no tiene límites, y algunas veces puede estar condimentada con cierto deja vu bíblico, pues el castigo que la oscura mente de la maestra había urdido constaba de lo siguiente: párese a los culpables en una superficie con cierta altura, luego, en un terreno más bajo, coloque una multitud, preferentemente, y para hacer el castigo aún más doloroso, de pares de los culpables. Luego, en voz alta y clara, pregunte quién de los culpables debería ser perdonado. La multitud se expresará y el castigador podrá oir, probablemente a grandes razgos, dejando en realidad la decisión final para sí mismo, el nombre del culpable que deberá ser castigado. El acto final, el cual dará un cierre simbólico a la ceremonia, quedará a criterio del castigador. Podrá optarse, por ejemplo, por alzar los brazos con los puños cerrados esperando la ovación de la multitud, gritar la frase “el pueblo ha hablado” o lavarse las manos en una tinaja. Nótese que este último acto fue realizado hace más de dos mil años en un juicio importantemente histórico, por lo cual su repetición le daría al castigo una dimensión simbólica extra.<br />Así fue que Julito y yo estábamos parados en el descanso de la escalera que iba de la planta baja al primer piso, y en la planta baja todos nuestros compañeros de aula con la maestra que, babeándose de placer satánico, en un momento gritó con un volúmen que casi hace añicos todos los vidrios del colegio Cisneros de la Boca: “¿A quién perdonamos?”.<br />Un coro de treinta y dos voces chillonas, probablemente todos ellos futuros abogados corruptos, soplones policiales o taxistas hitlerianos, gritó al unísono y en impecable sincronía: “¡Julito!”, y mí se me rompió el corazón en un millón de pedazos por primera vez en mi vida.<br />El recuerdo del castigo al que se me condenó luego del improvisado juicio pilático (corría el año 1977 y, evidentemente, la maestra estaba hambrienta de democracia de un modo sádico y deforme) fue eficazmente reprimido por mi piadoso aparato psíquico, por lo que se hundió en los misericordiosos mares del olvido. Pero aunque se hubiese tratado de alguna forma de tortura medieval, lo que no hubiera desentonado con la época, ya que en esos años el Estado torturaba a sus ciudadanos con la misma facilidad y el mismo empeño con que les cobraba los impuestos, este castigo jamás podría haber sido tan terrible, tan dolorosamente indigno, como el escuchar aquel corito de ángeles del infierno imprimir a viva voz un moretón indeleble sobre la superficie de mi alma. Y no podría asegurarlo, pues muy probablemente se deba a la prodigiosa capacidad de mi memoria de editar los recuerdos, dándoles en muchos casos características cinematográficas, pero creo recordar a la maestra, luego de oir a mis pares condenarme, asentir lentamente con la cabeza, esbozando una discreta pero perceptiblemente obscena sonrisa de deleite.<br />Año tras año dejamos el futuro del mundo en las garras de criaturas abyectas y resentidas; monstruos desalmados que, si las leyes no lo penaran, devorarían a sus propios hijos como Cronos, con el solo objetivo de reafirmar alguna draconiana lección, y a pesar de este hecho nos rasgamos las vestiduras en actitud de indignación cuando nos enteramos por televisión de algún genocidio.<br /><i>Cría cuervos y te comerán los hijos.</i></p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-23350650708009695082009-05-22T19:01:00.005-03:002012-03-09T18:11:11.683-03:00El Tao de los Soles Gemelos<p align=justify>Hay un sol maligno al otro lado de la galaxia.<br />Una ciclópea esfera de verdiazul incandescencia cuyo existencia tiene como único objetivo reencontrarse con su gemelo antitético, nuestro propio sol, en un apocalíptico abrazo final.<br />Por esto es que desde el principio de los tiempos sigue inexorablemente una trayectoria rectilínea y uniforme, dejando tras de si una estela de aniquilamiento cósmico.<br />Nada puede hacer con su destino regicida puesto que es como una flecha que se disparó millones de años atrás desde un arco de negrura espacial.<br />Cuando su asesina cercanía sea lo suficientemente perceptible por los artilugios humanos éstos lo bautizarán con diferentes nombres con la esperanza de quien se aprende de memoria todos los términos relacionados con la enfermedad que lo está matando. Némesis, Caín, Yan. Serán éstos los vanos intentos de la humanidad de domar semioticamente una catástrofe astronómica. Pero los soles son indomables y éste es un ejemplar particularmente asesino.<br />El Tao de los Soles Gemelos es inevitable y los hombres, en los últimos instantes que precederán a su extinción, comprenderán, mirando hacia el cielo con amargos rostros de aceptación, el verdadero significado de la brutalidad cósmica.<br/><br /><i>Dos hermanos se abrazan y la luz de una vela se extingue.</i></p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-37335583681735266462008-11-02T18:04:00.002-02:002012-03-09T18:14:59.360-03:00Nitrato de Plata<p align="justify">Tenía los modos y ademanes de una actriz del cine mudo. En la vida cotidiana se relacionaba con la luz ambiente de un modo casi amatorio, colocándose en las posiciones y los ángulos que binarizaran su imagen a un blanco y negro cinematográficamente inmaculado, haciéndola parecer una deidad expresionista.<br />Su sonrisa, de ángulos endiablados, una marquesina carmesí llena de promesas que eran como secretos de estado, pero que eran para todos y para nadie a la vez.<br />Su presencia en la vida de los demás era fugaz, como si solamente pudiera existir en esta realidad de colorida carne veinticuatro instantes por segundo. Pero su espejismo de celuloide era un jardín secreto de parpadeante maravilla e hipnótico nitrato de plata.<br />El día de su entierro una tormenta polarizó el cielo y, por un momento, el mundo pareció volverse blanco y negro.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4281395238021424632.post-75640425629504629702008-07-26T18:23:00.004-03:002012-03-09T18:14:59.374-03:00Autos como tiburones<p align='justify'>Autos como tiburones navegan el asfalto de la ciudad dormida. Acechan las calles con desalmados ojos de gelatina negra aleteando, coleteando rimbombantes a una velocidad que los hace parecer inócuos. Pero cuando olfatean a su presa son como zaetas de cromo disparadas por ballestas de relámpago, y se dirigen veloces, sagaces, hacia los incautos transeúntes, que aún creen en lo inquebrantable del tabú de la luz roja. Pero hay criaturas que fueron diseñadas para romper tabúes; se alimentan de la carroña de tótems derribados y cagan el desperdicio grasiento sobre las tumbas de los santos, pues lo único sagrado para ellos es el ansia eterna, el apetito desbocado por desplegar el diseño apocalíptico de la sangre sobre el asfalto, la sinfonía instantánea del tronar de los huesos y la mascarada deforme y cerácea de la muerte violenta. Hijos del hambre y del progreso, autos que son como tiburones sueñan con un tiempo en el que ya no existan los hombres. Un tiempo en el que la última cena conste de un espartano salto al vacío desde algún polvoriento precipicio desértico, que calle la voracidad que los hace rodar y rodar y rodar.<br />Desde el futuro, como un mensaje enviado hacia atrás en el tiempo, un cementerio de autos en el medio del desierto funciona como tótem de la última prohibición del mundo: no comerás la carne de tu creador.</p>Lauro Digificohttp://www.blogger.com/profile/08562484192611523077noreply@blogger.com0