sábado, septiembre 30, 2006

Calesita

¿Cuál es el horror que se esconde en el centro de toda calesita?
El día está surrealísticamente soleado. Parece una foto a la cual se le aumentó deliberadamente el contraste para dar una sensación de recuerdo infantil. El tiempo parece transcurrir en cámara lenta y las sonrisas de los niños abordo de la calesita son infinitas. La música emana de los altavoces, pregonándole a los niños mentiras piadosas acerca del mundo, acerca de la vida. "Todo está bien", "tus padres te aman y son inmortales", "no existen los monstruos". Los niños beben esos mensajes, sedientos de seguridad, sin siquiera sospechar acerca de lo extraterrenalmente extraño que habita en el centro de la calesita. Detrás de paneles que aparentan casi a la perfección ser de madera, adornados con escenas y personajes perturbadoramente inocentes y optimistas, se esconde y existe un horror que haría perder la cabeza al más cuerdo de los hombres. En el centro de cada una de las calesitas del mundo habita, sobre un nido hecho de juguetes obscenos, fotos de autopsias y monstruosas secreciones solidificadas, un rechoncho y crepitante bebé-insecto. Como las pesadillas más grandes del mundo, no se conoce con exactitud el origen de estos infantes infernales, pero éste se remonta a los albores de la humanidad. Desde que el hombre camina en dos patas y sueña, estos seres han ido perfeccionando su pantomina camaleónica y, probablemente, las primeras calesitas del mundo hayan lucido como abultados túmulos decorados con huesos, jirones de cuero y flores, pues la araña disfraza su trampa para poder comerse a su incauta víctima. Y ellos comen. La maquiavélica leche con la que estos bebés-insectos se nutren es la frustración de los niños que montan, sin saber su horripilante papel, la tela de araña más espantosa jamás imaginada. Y la herramienta predilecta de ordeñe es la malditamente darwiniana sortija. Cada vuelta es una posibilidad para los niños de sentirse pequeños príncipes ganadores y, con las mejillas incandescentes y los ojos desorbitados de tensión y espectativa, revuelan las pequeñas y torpes manos para intentar obtener la sortija de metal y, de esta manera, ganar el amor de sus padres. Pero la mano del cruel sortijero, que obedece a un cerebro superiormente mielinizado, es más rápida que el afán de un niño, y hace fluir el cálido y jugoso alimento de la frustración para que lo que está en el centro de la calesita se relama los labios con bífida lengua.
En el centro de cada calesita habita un bebé insecto. Su desarrollo es lento pero constante. Cada uno de estos seres es un tumor en la realidad. Si llegaran a crecer, el mundo será devorado por una metástasis surrealista de gorjeos obscenos y el sonido de mil patas peludas y negras de queratina.