Tenía los modos y ademanes de una actriz del cine mudo. En la vida cotidiana se relacionaba con la luz ambiente de un modo casi amatorio, colocándose en las posiciones y los ángulos que binarizaran su imagen a un blanco y negro cinematográficamente inmaculado, haciéndola parecer una deidad expresionista.
Su sonrisa, de ángulos endiablados, una marquesina carmesí llena de promesas que eran como secretos de estado, pero que eran para todos y para nadie a la vez.
Su presencia en la vida de los demás era fugaz, como si solamente pudiera existir en esta realidad de colorida carne veinticuatro instantes por segundo. Pero su espejismo de celuloide era un jardín secreto de parpadeante maravilla e hipnótico nitrato de plata.
El día de su entierro una tormenta polarizó el cielo y, por un momento, el mundo pareció volverse blanco y negro.
domingo, noviembre 02, 2008
Nitrato de Plata
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