Llevar al niño de cacería a un bosque cuyo solo nombre le haga orinarse encima del miedo. Preferentemente en invierno.
Es importante hacer silencio durante todo el transcurso de la cacería y, en aquellos momentos en los que sea posible, mirar fijo al niño a los ojos. Por ejemplo, si se realiza una fogata durante la noche, se habrá de estar sentado delante del niño, separados solamente por el fuego, en un silencio sepulcral, sin interrumpir en ningún momento el contacto visual. Probablemente el niño llorará o volverá a orinarse los pantalones.. Es una buena señal de respeto hacia su padre, quien no deberá permitirle cambiarse las ropas orinadas.
El que deberá cazar al animal será el padre, pues las manos del niño no están preparadas aún para empuñar armas de hombre. Una vez sacrificada la bestia, abrirle el pecho con algún elemento cortante y extraer el corazón. Ofrecerle el órgano vaporoso al niño, y lo que suceda a continuación será decisivo: Si el niño toma el corazón y, sin mediar orden alguna, lo muerde con decisión, es que porque el padre está haciendo bien su tarea de crianza. En cambio, si titubea o lo rechaza, dejarle el resto de la crianza a la madre, pues el niño ya está perdido.