El Hombre Motorizado atraviesa la tercera barrera del sonido con decisión.
Sabe que luego de este acto la velocidad total de su vida volverá a cero. Él morirá.
Pero la cercanía de su propia muerte no le hace dudar ni un instante acerca de su misión.
Pues no sólo dará a los espectadores "un espectáculo inolvidable de acción trepidante, proezas sobrehumanas y autosacrificio", sino que también estará, casi sin saberlo y casi sabiéndolo, salvando a la humanidad.
Por eso, a pesar de ser en este momento una bola de llamas, aceite de motor y aceleración, aprieta el acelerador y acelera su destino.
Para el observador casual, su muerte será como ver una luciérnaga estrellarse contra el parabrisas del automóvil de Dios.
Realmente considero que tenés un Blog espectacular.
ResponderEliminarPasé de casualidad, pero prometo seguir haciéndolo.
Un saludo desde esta realidad.
PD: Muy buena la última analogía (últimos dos renglones de último texto)