Tenía los modos y ademanes de una actriz del cine mudo. En la vida cotidiana se relacionaba con la luz ambiente de un modo casi amatorio, colocándose en las posiciones y los ángulos que binarizaran su imagen a un blanco y negro cinematográficamente inmaculado, haciéndola parecer una deidad expresionista.
Su sonrisa, de ángulos endiablados, una marquesina carmesí llena de promesas que eran como secretos de estado, pero que eran para todos y para nadie a la vez.
Su presencia en la vida de los demás era fugaz, como si solamente pudiera existir en esta realidad de colorida carne veinticuatro instantes por segundo. Pero su espejismo de celuloide era un jardín secreto de parpadeante maravilla e hipnótico nitrato de plata.
El día de su entierro una tormenta polarizó el cielo y, por un momento, el mundo pareció volverse blanco y negro.
domingo, noviembre 02, 2008
Nitrato de Plata
sábado, julio 26, 2008
Autos como tiburones
Autos como tiburones navegan el asfalto de la ciudad dormida. Acechan las calles con desalmados ojos de gelatina negra aleteando, coleteando rimbombantes a una velocidad que los hace parecer inócuos. Pero cuando olfatean a su presa son como zaetas de cromo disparadas por ballestas de relámpago, y se dirigen veloces, sagaces, hacia los incautos transeúntes, que aún creen en lo inquebrantable del tabú de la luz roja. Pero hay criaturas que fueron diseñadas para romper tabúes; se alimentan de la carroña de tótems derribados y cagan el desperdicio grasiento sobre las tumbas de los santos, pues lo único sagrado para ellos es el ansia eterna, el apetito desbocado por desplegar el diseño apocalíptico de la sangre sobre el asfalto, la sinfonía instantánea del tronar de los huesos y la mascarada deforme y cerácea de la muerte violenta. Hijos del hambre y del progreso, autos que son como tiburones sueñan con un tiempo en el que ya no existan los hombres. Un tiempo en el que la última cena conste de un espartano salto al vacío desde algún polvoriento precipicio desértico, que calle la voracidad que los hace rodar y rodar y rodar.
Desde el futuro, como un mensaje enviado hacia atrás en el tiempo, un cementerio de autos en el medio del desierto funciona como tótem de la última prohibición del mundo: no comerás la carne de tu creador.