Buenos Aires, 25 de abril de 2006
Escribo esta suerte de diario, de documento, para tratar de advertirle al mundo acerca del horror que se avecina.
Afuera, en la calle, la vida transcurre normalmente. Los niños ríen en sus juegos, las mujeres conversan en las puertas de sus casas acerca de trivialidades, los hombres trabajan; pero la verdad es que cada uno de nosotros corre un peligro atroz, un peligro que parece acercarse cada minuto un poco más.
Estoy en condiciones de afirmar que están sondeando nuestra realidad.
La primera vez que escuché, con horror, el característico “ping” que ellos utilizan me sorprendí un poco. Mi compañero de trabajo me explicó que era el sonido clásico del encendido del aire acondicionado. Pero vamos, un simple sonido electrónico no le resuena a uno en las emplomaduras de las muelas como si fuera a hacércelas estallar… Acepté la explicación de mi compañero y le atribuí mi malestar a algún problema de encías. Me agendé pedir turno con el dentista pero no me quedé en absoluto tranquilo. Yo sé cómo son estas cosas.
Al día siguiente otra vez el ping, y al siguiente otra vez más, y así cada día. A determinada hora de la tarde ¡ping! Una noche, mirando una película de submarinos, lo comprendí todo. Ese ping tan característico y cargado de electricidad estática es su manera de sondear nuestra realidad.
Es casi como si pudiera verlos, desde sus naves-submarino fabricadas con carne y huesos de los habitantes de mundos ya conquistados, tanteando a ciegas desde su realidad que no conoce la luz, como murciélagos hambrientos con sus fauces babeantes, hipotetizando acerca de lo alcanzable de su presa. Si alguien viera alguno de estos navíos de pesadilla en los que ellos reptan por la oscuridad perdería instantáneamente la razón, y esto sería una auténtica bendición pues lo que está por venir es el horror más grande de la humanidad.
Repugnantes e infinitos, como viejos degenerados escuchando detrás de mil paredes que separan mil realidades nuestros ires y venires, ellos están cerca.
En mi adolescencia leía la obra de Lovecraft divertido y despreocupado. Hoy puedo afirmar que todo es verdad. Ellos existen, los imposibles primigenios existen y, con la evidencia acumulada, puedo llegar a la conclusión de que los escritos de Lovecraft, analizados como un todo (como un organismo viviente) son una enorme y esperanzada advertencia. Todavía no entiendo cómo nadie pudo darse cuenta. Fue un trabajo de días enteros lograr el orden perfecto de cada hoja en la pared, el subrayado de cada párrafo. Pasé cuatro días sin dormir y me corté las manos con el papel en mil lugares pero finalmente, cuando me paré en la posición adecuada de la habitación, caí en cuenta de que el mundo no volvería a ser el mismo cuando alguno de ellos contemple nuestro planeta con su rostro tentacular.
¡Ping! Están cada vez más cerca. Nuestra realidad ya no se les presenta insondable y distante. Hay finísimas grietas en las negras y heladas paredes que separan realidades, ellos lo saben y ya han encontraron alguna. Tuvieron milenios de milenios para acercarse a tientas y ya se relamen, oliendo con sus millares de narices amorfas el aroma de nuestra carne condimentada con la adrenalina del horror de la extinción. Puedo imaginarme los estadios de fútbol, funcionando como gigantes almacenes, sembrados de torsos humanos. Tantos años creyendo que estabamos en lo más alto de la pirámide predatoria y jamás nos imaginamos que aquellos que fueron dueños de este mundo cuando solo era una bola incandecente decidían regresar, pues, husmeando a través del tiempo y el espacio, descubrieron que el horno estaba otra vez lleno de manjares.
No todos serán devorados, claro que no. Hay quienes ya pactaron su salvación a cambio de nuestra derrota. Los puedo imaginar realizando rituales indescriptibles en los bosques, gritando embrutecidos ¡Iä Shub Niggurath! con la esperanza de ser devorados por la cabra negra de los mil retoños y regurgitados con nuevas formas; sátiros diabólicos de vida eterna y de eterna sonrisa de desdén por la humanidad. Mi compañero de trabajo es uno de ellos, lo comprobé. ¿Porqué sino habría mentido acerca del verdadero origen del ping?
La mujer de la televisión, relatando aterrada a un grupo de policías acerca del sapo gigantezco que la vigilaba amenazante mientras lavaba los platos. “Yo no estoy loca, ¿ustedes me ven pinta de loca? Si estuviera loca no podría cocinar ni lavar los platos…”, decía con el rostro transfigurado de pavura. ¿Y cómo va a estar loca si lo que en realidad vió fue la manifestación en nuestra atmósfera de Tsathoggua, el dios-sapo de cuerpo rechoncho y fauces burlonas? Existe gente más sensible que la mayoría, que puede percibir cada una de estas señales y simplemente unir los puntos para armar el dibujo oculto. Yo pertenezco a esa clase de gente y sé que no soy el único. En algún lugar del mundo alguien tiene que haber escuchado el ping con horror y tiene que estar llevando su propio registro de la masacre que se avecina.
Todo esto es más grande de lo que pensaba, más grande de lo que parece. Aparentemente hay mucha gente involucrada. En un principio solo dudé de mi compañero de trabajo pero la canción que cantaban esos niños en el colectivo tenía significado, tenía otro significado. Dios santo, ¿cómo pueden haber involucrados hasta niños? ¿con qué los compraron? ¿con la salvación de sus mascotas? ¿con la de sus propios padres? O peor aún, ¿con el conocimiento de la próxima muerte de sus padres? Pues los niños son criaturas verdaderamente crueles y siempre fueron el talón de Aquiles de la humanidad.
Los mensajes codificados son una de sus grandes herramientas. El locutor en la radio pregonando, debajo de capas y capas de sonido re-codificado cien veces que ocultan la verdad horrorosa, mensajes de desesperanza y de perdición. Comunicándose con ellos en códigos secretos que pueden ser fácilmente develados si se escucha de determinada manera la radio, con cierto ángulo de audición, pero claro, esto no todo el mundo lo sabe y ellos se aprovechan de la ignorancia de la humanidad. Y del otro lado sus rostros, con los miles de ojos desorbitados de placer por las buenas nuevas que les transmiten sus esbirros imperdonables. Me pregunto si al final estos traidores no serán también mutilados, abusados y devorados, pues ellos no conocen la piedad ni honran pacto alguno. Ojalá que así sea y que, desde el infierno, griten su vergüenza en alaridos descarnados por la traición más grande en la historia de la humanidad.
Sé que muchos de quienes lean este documento pensarán que estoy loco, pero no falta mucho tiempo para que las señales sean percibidas por todos. Es cuestión de días, hasta que nuestro cielo se vea oscurecido por las nubes de enjambres abominables. Pero lo cierto es que hay esperanza. Si cada uno de nosotros hace su parte podemos al menos retrasarlos algunos años. Ayer se me reveló casi de manera epifánica cuál es mi parte en todo esto. Mi destino al servicio de la salvación de la humanidad tiene dos caras. Una, la de registrar en este documento toda la información con la que cuento, la otra es la cara de la acción. El empleado que me vendió el revolver también lo sabe todo, me dí cuenta por el ademán que me hizo cuando estaba saliendo del negocio con el arma y la caja de balas. Puedo decir que este hecho me llenó de esperanza y no hace más que confirmar mi decisión de actuar. Yo me pregunto ¿qué le habrán ofrecido a mi compañero de trabajo a cambio de su traición?. Él, tan confiado de sí mismo, disfrazando los primeros fenómenos de la invasión y dando, como todo un catedrático, explicaciones acerca de aires acondicionados. Pero su pantomima terminó. Tiene los días contados.