En su lecho de muerte pregonaba apocalípsis.
No con su boca sino con el código morse de su parpadeo.
Multitudes melancólicas lo rodeaban en su agonía final
decodificando fechas, maremotos y cometas.
Algunos anotaban, otros sollozaban en silencio.
Madres se aferraban frenéticas a sus hijos,
casi asfixiándolos en herméticos abrazos pre-mortem.
Amantes se separaban para siempre
pues el amor perdía sentido sin el espejismo del tiempo.
Y él, que toda su vida había estado solo,
cosechó como corte fúnebre a una masa lamentosa
gracias a las mentiras de sus ojos moribundos.
oscuro, real, sincero, me encantó!
ResponderEliminarGracias Alelí. Y sí, es sincero, talvez demasiado para enero.
ResponderEliminarqué soledad tan concurrida..
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